Si no fuera porque estamos en 2018 y no en 1918, el uso de la palabra «portavoza» podría considerarse una audaz artimaña discursiva para alentar un debate vanguardista. Si no fuera porque es un atentado lingüístico cuando es más necesario que nunca el rigor en el lenguaje, podría tenerse en cuenta la propuesta. Quizá si semejante frivolidad hiciera justicia a las decenas de mujeres asesinadas cada año por violencia machista, podríamos considerarlo algo más que la insoportable levedad de una mala portavoz.

Si no fuera porque está costando millones al erario público, la astracanada catalana podría hacernos reír de vez en cuando. Podría ser hasta divertido que un señor de Gerona quiera investirse por teleconferencia para presidir una región de siete millones de personas desde la ciudad que provocó la rendición de Napoleón, si no fuera porque es el hecho más grave desde el golpe de Tejero. Podría abrirse un debate profundo sobre la república federal, pero la insoportable levedad de un independentismo infantil y caprichoso lo va a impedir.

Si no fuera porque subyace la idea de beneficiarse a sí mismos como partidos, sería loable el intento de Podemos y Ciudadanos por reformar una ley electoral que necesita ser reformada. Sería de aplaudir el entusiasmo de Rivera e Iglesias por parlamentar para regenerar la democracia, si no fuera porque pudieron parlamentar junto a Pedro Sánchez a principios de 2016 para que el PP no gobernase; eso sí hubiera sido regenerar, pero a ambos les venía bien la continuidad de Rajoy. Incluso podría aceptarse el intento de dejar al PP fuera de una negociación tan importante como la de la ley electoral, si no fuera por la insoportable levedad de conseguir unos cuantos euros más a cuenta de unos cuantos escaños más.

Si no fuera porque las condenas de cuarenta años que ya hay en España suponen una cadena perpetua de facto, el eufemismo «pena permanente revisable» podría servir para envolver en papel de regalo la legislación penal más dura de Europa. Si no fuera porque España es uno de los países menos violentos del mundo, tendría algún sentido acercar nuestro sistema penal al de los países más violentos del mundo. Quizá podría estar de acuerdo en endurecer las penas para algunos delitos verdaderamente inhumanos, si no fuera porque se quiere cambiar la ley al ritmo de la insoportable levedad de la actualidad informativa.

Si no fuera porque es imposible evitar el escalofrío al leer que un niño de nueve años ha sido violado colectivamente por un grupo de compañeros en el colegio durante el recreo, podríamos pasar por la noticia como si fuera una noticia más. Podríamos hacer como que los padres son todos maravillosos, como que los centros educativos funcionan perfectamente y como que las instituciones cumplen con sus obligaciones, si no fuera porque a esta hora hay un niño de nueve años (uno más) herido para toda su vida. Sería esperanzador pensar que esta nueva herida incurable servirá de algo, si no fuera por la insoportable levedad de una sociedad dormida en los laureles de su frágil bienestar mientras en sus cimientos germina el huevo de la serpiente.

Si no fuera por la insoportable levedad de una sociedad mimada que no está sabiendo hacer frente a una de sus peores crisis, este momento histórico podría servir para salir fortalecidos. Quizá si no fuera por la insoportable levedad de una sociedad adormecida junto a las pantallas del fútbol, del cotilleo y del «reality», mientras unos pocos manejan cómodamente la verdadera «reality», cabría pensar que la revolución pendiente es cuestión de tiempo. No tengo ninguna duda de que si no fuera por la comodidad de una clase media venida a menos que se tienta la ropa con tal de no perder más de lo que ya ha perdido, este país se convertiría a corto plazo en uno de los más pujantes del mundo. Si no fuera por la insoportable levedad de las conversaciones en las barras de los bares que solucionan todos los problemas, de las falsas fotos felices en redes sociales que tranquilizan conciencias y de la corrección política que solo esconde cobardía, ¿seríamos España? Sí, sin duda. Pero una España menos insoportablemente leve. Una España mejor.