Arturo Pérez Reverte tiene una voz suave y tierna, acariciante, gentil y amable que contradice su estilo literario. El épico prosista de ceño fruncido y santa ira, perennemente cabreado, atiza a diestra y siniestra pues domina como pocos el arte del insulto, posee un vocabulario deslenguado y es maestro del gracejo castizo a lo Esperanza Aguirre para soltar mandobles con su pluma, mas el otro día le oí en la radio y su timbre es envolvente, arrullador y humilde. Todo un contraste. Nuestro ilustre académico al que admiro por casi toda su obra, desde la sorprendente y ya lejana El maestro de esgrima , a las trepidantes La tabla de Flandes, El Club Dumas y La piel del tambor , al que disculpo su Pintor de batallas, fruto sin duda de un cortocircuito en la inspiración y al que reverencio por crear al entrañable, dolorido, tierno y brutal Alatriste, anda ahora, en portadas y promoción de su última novela El asedio . Ignoro cómo andarán las musas de don Arturo, sé que trata de Cádiz, del mar y de la guerra y por lo visto relata cómo los españoles nos perdimos para siempre la ocasión de ser modernos en plan gaditanos ilustrados que no eran unos casposos al modo del resto de hijos de puta en la piel de toro. He leído las entrevistas que el novelista prodiga últimamente en las que se muestra furibundo defensor de la guillotina, y habla con crueldad de sus compatriotas pasados y presentes. Sabihondo y prepotente reclama para sí la posesión del saber patrio y desde la altura de su erudición menosprecia a este país de incultos en el que no mereció nacer. Puede que en España se lea poco, pero no ayuda que uno de sus escritores superventas ande por ahí extremando su celo insultador. El no es Quevedo . Muchos españolitos a los que zahiere le superan con creces en altura moral y también en educación, pero es lo que tiene el querer vender. Para seguir en la brecha lo mejor es la incontinencia verbal, la peineta oral. Algo así como los tertulianos vociferantes de la telebasura pero a lo culto. De pena.