Los exabruptos dedicados por el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, a Ronald K. Noble, secretario general de Interpol, no contribuyen precisamente a mejorar la imagen internacional del primero, muy dañada después de descubrirse sus tratos con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el entrenamiento dado por estas a grupos de choque chavistas.

La información extraída de tres ordenadores de Raúl Reyes, el comandante de las FARC abatido en suelo ecuatoriano por soldados colombianos, admite pocas dudas, y la posibilidad de que el material haya sido manipulado para endosar a Chávez y a Rafael Correa, presidente de Ecuador, el tanto de culpa correspondiente resulta por demás inverosímil, según los técnicos de Interpol. Ninguna autoridad acreditada ha insinuado siquiera abrigar sospechas de un enjuague de esta naturaleza.

De aquí que detrás de la coreografía diplomática de la cumbre de Lima, inaugurada el pasado viernes, que reúne a los países de América Latina y el Caribe con los de la Unión Europea, se agiten las dudas de quienes ven en el caso de Chávez el ejemplo más diáfano de la distancia creciente entre los líderes reformistas, encabezados por el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, y el populismo estatista de Chávez y Correa, más Evo Morales y Daniel Ortega, guardianes más o menos entusiastas del catecismo castrista.

Todos ellos hacen frente a problemas internos y corren el riesgo de tener que encarar fracturas sociales traumáticas. Y ni Hugo Chávez ni Correa ni Evo Morales parecen dotados en estos momentos para sacar partido a la escalada de precios del petróleo y del gas (el gasóleo marca otro máximo histórico --el litro vale ya 1,2 euros-- y el barril de petróleo alcanza los 126,34 dólares y podría llegar a 141 el próximo otoño).

A diferencia de un pasado no tan lejano en el cual la viabilidad de los regímenes latinoamericanos estaba ligada al grado de complicidad del gobierno de Estados Unidos, en la situación actual depende en gran medida de su capacidad para encajar en la economía global e incorporarse a la revolución tecnológica.

Pero Chávez y, tras él, todos sus compañeros de viaje ideológico se sienten más a gusto con la explotación de los viejos mitos que frente a los retos políticos y tecnológicos planteados por el presente.

De ahí que, a falta de otros parámetros, se confiera mayor importancia a la gesticulación chavista --en su entrevista con Rodríguez Zapatero (los dos líderes se han visto en la cumbre de la Unión Europea y los países latinoamericanos de Lima); en sus críticas a Angela Merkel-- que a compromisos más tangibles.

Si estos fueran posibles y figuraran entre los objetivos perseguidos por el líder venezolano, seguramente Chávez no se habría implicado en el conflicto colombiano con fines inconfesables.