A la radiografía imprecisa del IPC que cada final de mes se envía a la Comisión Europea le ha seguido la resonancia magnética, mucho más detallada, de la evolución de los precios durante marzo, que analiza los gastos de las familias por segmentos de consumo. No por esperado y anunciado deja de ser llamativo el dato de que a partir de este mes hay que poner un signo menos a la cifra del IPC, algo inaudito desde que se hace este cálculo con criterios homologados. La inflación oficial española es de -0´1%. Y va a ser negativa, según los expertos, al menos hasta octubre, si se mantiene el precio del petróleo en torno a los 50 dólares. Pero al tratarse de un análisis pormenorizado, también hay que contemplar otro enfoque: que la inflación subyacente, sin carburantes ni alimentos frescos, seguirá en zona positiva, alrededor del 1,5%. Por eso no hay deflación.

Gobierno y autonomías siguen sin dar con la fórmula para corregir las desviaciones que reflejan los mercados. Las protestas de agricultores y ganaderos cuando ven el precio final de sus productos (UPA denuncia hoy en Mérida por qué el precio del aceite en la tienda es menor que el de producción) merecen algo más que un observatorio de precios. Gobernar es asegurar que los mercados sean transparentes. Y el de los alimentos básicos aún no lo es.