Hace unos días el cineasta y escritor David Trueba escribía en el suplemento dominical de este diario una especie de réquiem por el pudor. La falta de pudor, la facilidad con que desnudamos nuestras intimidades (afectos, movidas familiares...) en los medios de comunicación. Quizás relacionado con el pudor esté la intimidad. Y la falta de intimidad es otra de las características de nuestros tiempos, con nuestro gusto o a nuestro pesar. Ya saben. La tarjeta del banco, el teléfono móvil, los radares de las carreteras, las cámaras de los centros comerciales, las operaciones en internet, las reservas de viajes... somos un libro abierto, bien que no lo deseemos. Nuestros movimientos no son solo nuestros sino también de quien los sabe, de quien los controla, de quien hace uso de ellos...

Aquélla es tal vez la intimidad que se nos roba, o que no podemos hacer nada por ocultar o por mantener en secreto. La privacidad que salta por los aires sin remedio. Y luego está la intimidad que mostramos, ¿gustosa?, libremente, esa que hace las delicias de las redes sociales. Lo privado que tocando una tecla pasa a ser público, lo íntimo que se comparte con un grupo de íntimos y acaba multiplicado y compartido (se quiera o no) con los íntimos de nuestros íntimos y los amigos de nuestros amigos y los conocidos de los íntimos de nuestros amigos; y la foto de último bebé hijo de una de tus mejores amigas madrileña termina en la pantalla del ordenador de un antiguo colega holandés que conociste en Francia años ha y acabó en los archivos de no sé qué tipo que nadie conoce. Y Mouna y Ali (nombres ficticios todos los propios) que exhiben las fotos de sus fiestorros en las playas andaluzas. Y Ana que detalla imagen por imagen sus escapadas al Rif. Y Oscar y María y sus hijos que disfrutan viendo todo esto, comentando su serie favorita y tirándote bolas de nieve virtuales. ¡Menuda juerga!

Qué bonito. ¡No sé!, qué ataque a lo privado. Y qué consentidores de que ser un libro abierto sea lo mejor. Me apuntaron-apunté a dos de esas redes, me quité pasado un tiempo, me volví a suscribir y después me borré de nuevo. Visto que el de Holanda y la de Madrid ya comparten sus cosas sin que yo mueva un dedo, sobraba. No son celos. Es la constatación de que hay una mano que mece la cuna sin que nosotros podamos hacer nada. Pero aunque una sobre, no sobra su página, y sí, la reclaman. Que el melillense se lo pasa pipa leyendo los comentarios de la italiana, y al francés le molan las fotos de los viajes del valenciano. Y no se conocen entre ellos. Y si en algún momento coincidieron seguramente ni se acuerden. No, no me reclaman, se reclaman entre ellos y la página es el instrumento. Désolée . Mejor les paso los móviles y los correos y se lo pongo fácil. Y que algún día se conozcan en persona, y se hablen, y se miren, y se expliquen, y se abracen, y se besen...