Con este mayo invernal llega el rescate griego. Algunos titulares denuncian las deudas y los engaños del vecino apestado y otros exageran el abismo que nos separa de él, pues la semana pasada el efecto contagio derivó en desastre. Mientras columnistas antipatrios atacan a nuestro país augurando una catástrofe mayor que la helena por la trascendente razón de que aquí los váteres públicos huelen fatal, otros arremeten contra las agencias de calificación antes que admitir las cuatro millones seiscientas mil razones para descalificarnos.

Corbacho , el triste ministro del desempleo, contagiado del ahora matizado pero pertinaz optimismo de su jefe, conjuga la perífrasis futurista pero improbable: se va a empezar a generar empleo. Para no resultar cansino Chaves se demora en el pretérito perfecto: el paro ha tocado techo, y la vicepresidenta De la Vega , flaca y elegante --pelos de punta, rostro de pergamino, tailleur impecable-- recurre al subjuntivo para diluir la responsabilidad: ojalá el PP colabore por fin.

Una asiste cada vez más desesperanzada al esperpento cotidiano y no deja de preguntarse cómo es posible que hayamos llegado donde estamos. Hoy el presidente y el jefe de la oposición se reunirán de nuevo para constatar lo mucho que los separa y tras la cordial reunión se acusarán el uno de insolidario, el otro de incompetente. ZP, él las manos en los bolsillos, sus chicas puño en alto, dirá una cosa en Rodiezmo y otra en Europa. Por eso sin duda se habilitan traductores en el Senado que trasladen a sus señorías lo que sus señorías desentienden a la perfección. Racionalización del gasto. Después de lustros de despilfarro ya no saben ahorrar. Y tiemblo mientras observo a la tenue Salgado , ministra encargada de la cosa -flaca y elegante, rostro de pergamino, tailleur impecable- tartamuda y temblequeante, incapaz de encontrar las palabras capaces de devolvernos la esperanza. Y tengo frío. Porque en la cálida España este mayo sigue siendo invierno.