Youssef Ahmidan , hermano de El Chino , uno de los autores de la matanza del 11-M, ha declarado que éste le dijo, en conversación telefónica poco antes de volarse por los aires en el piso de Leganés, que se iba a ver a Dios. Ese comentario por sí sólo hace innecesario marear más la perdiz en busca del origen o las causas del terrorismo islámico que, junto al de Estado que practican varios países para régimen interno o en sus prácticas coloniales, mantienen el corazón del mundo, de este pobre mundo, en vilo. Se iba El Chino a ver a Dios. Una cita, un plan extraordinario, sobre todo en comparación con las citas y los planes en vida de aquél desgraciado. De los barrios miseria tipo Shaquila de las afueras de Casablanca, donde vivían los terroristas suicidas colegas de El Chino que han actuado y muerto en Marruecos, a quedar con Dios, y verle, y conversar con él frente a sendos tés humeantes, y gustar de su dulcísima voz y su deslumbrante presencia, de ser colega de Dios, en suma, a hozar en el albañal de la mugre y la desesperación, hay no un mundo, sino una Creación planetaria entera.

Se van a ver a Dios, y ante ese apremio maravilloso, les da igual llevarse lo que sea por delante: sus víctimas, esto es, las mujeres bagdadíes que deambulan por los mercados, los trabajadores de las ciudades dormitorio que acuden en tren muy de mañana al trabajo en la gran urbe, los niños que pasan por ahí, también habrán de disfrutar, recompuestos sus pedazos en el Paraíso, de la presencia de Dios. Si a eso le añadimos el orgullo nacional, o religioso, herido, la cosificación de que son víctimas por el rico Occidente, la ignorancia, la violencia en la que se han criado, el deseo o la certidumbre de ir a ver a Dios, ser reconocido por El y acogido en su morada y entre sus ángeles, mecidos por la música del agua, agasajados como hijos con leche y miel, ¿cómo puede extrañar que se vuelen, que nos vuelen, en mil pedazos?

*Periodista