WLw a situación en Irak debe de ser bastante peor de lo dicho o sugerido hasta la fecha cuando el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, se ha decidido ha reconocer que sus soldados no están ganando la guerra. Solo han pasado seis semanas desde que el propio Bush, en puertas de las elecciones que ganaron los demócratas, dijera lo contrario. Y ha transcurrido bastante menos tiempo desde que ha trascendido la oposición de los generales a ampliar durante unos meses --quizá medio año-- el despliegue hasta los 170.000 soldados, según barrunta la Casa Blanca.

Con independencia del coste adicional que supondría aplicar tal medida y de la necesidad de prolongar la estancia de parte de las unidades que esperan a ser relevadas, el Pentágono estima que aumentar los efectivos momentáneamente no haría más que aplazar las acciones de la insurgencia. Según los analistas militares, la resistencia podría hibernar durante un tiempo y volver a la carga en cuanto se empezara a hablar de nuevo de retirada estadounidense. Una trampa para osos que obligaría a posponer otra vez el repliegue y a entrar en la lógica de la vietnamización del conflicto, con un aumento permanente de los efectivos --y de las bajas-- en el campo de batalla.

El temor añadido entre los demócratas, pero también entre los republicanos moderados, es que un error de cálculo condene al fracaso algunas iniciativas apenas enunciadas para acabar con la guerra civil sectaria y la inoperancia del primer ministro Nuri al Maliki. Entre ellas, una nueva alianza de Gobierno en la que se comprometan los chiís y sunís moderados que no han optado por las trincheras.