Quince meses después del inicio de la guerra, EEUU cede formalmente el poder a un Gobierno interino iraquí. Bush ha podido hacer gala de cumplir la resolución 1.546 de la ONU ante los demás líderes de la OTAN reunidos en Estambul, reacios a comprometer a la Alianza en Irak más allá de la instrucción de su nuevo Ejército. Con un centenar de civiles muertos violentamente cada semana y con unos 150.000 soldados norteamericanos que seguirán bajo mando estadounidense en el país, nadie puede considerar el traspaso de poder como un mérito, pues refleja la incapacidad de EEUU para detener la violencia.

Irak recupera aparentemente la soberanía. El procónsul Bremer será sustituido por el embajador Negroponte, un especialista en injerencias en Centroamérica que trabajará ahora con el Gobierno presidido, además, por Iyad Alaui, conocido colaborador de la CIA. A los iraquís les será difícil tener pruebas cotidianas de que ha recuperado el destino de su país porque EEUU se reserva el control sobre los negocios de la reconstrucción y del petróleo. Pero Bush podrá exhibir este nuevo escenario para recuperar imagen cara a las presidenciales norteamericanas, que es lo que le preocupa.