En vísperas de la celebración del aniversario de su revolución islámica, el régimen iraní ha subido el tono de su desafío nuclear acompañado en esta ocasión de anuncios contradictorios. El viernes, el presidente Mahmud Ahmadineyad anunciaba su disposición a enriquecer uranio en el extranjero, en Rusia y Francia, de acuerdo con la propuesta hecha en otoño pasado por el Organismo Internacional de la Energía Atómica. Dos días después, amenazaba con empezar a hacerlo hoy mismo en Irán y la máxima autoridad en la materia anunciaba la construcción de 10 nuevas plantas de enriquecimiento de uranio en un año. Irán asegura que la finalidad de su industria nuclear es civil, pero nadie duda de que el régimen de los ayatolás intenta dotarse del arma atómica para contrarrestar la que está en posesión de Israel. El verdadero problema que se plantea es el de la falta de fiabilidad y de legitimidad de una teocracia dispuesta a mover todos los resortes nacionalistas cuando la solidez del grupo dirigente empieza a mostrar grietas y la contestación sigue dispuesta a salir a la calle para denunciar el fraude electoral de junio. Los países que negocian con Teherán el dosier nuclear aparecen divididos. Mientras EEUU, Reino Unido, Francia y Alemania quieren aumentar las sanciones, China y Rusia se han manifestado en contra. Los expertos dudan de la capacidad iraní respecto al uranio, pero de lo que sí parece capaz el régimen iraní con su juego nuclear es de dividir y confundir a Occidente.