TMtadrid-Amsterdam-Teherán. Hace dos años, emprendía viaje hacia Irán para entrevistar a Mahmud Ahmadineyad . Iba a ser una entrevista grabada para emitir en TVE una semana más tarde. Pese a todas las advertencias que nos habían hecho sobre la indumentaria femenina, en Amsterdam el avión se llenó de hombres y mujeres tan occidentalizados como nosotros. Pantalones vaqueros, camisas, camisetas, zapatos de tacón, bolsos y gafas de sol a la moda... Hasta que una voz nos anunció que estábamos a punto de aterrizar en Teherán. Un fru-fru sostenido me obligó a levantarme y mirar hacia atrás: un mar de cabezas cubiertas con pañuelo se extendió ante mí, y me acordé de las advertencias de nuestro embajador. Yo misma me cubrí la cabeza y me puse la gabardina con la medida recomendada. Y así, vestida de mujer iraní, crucé la frontera. Una vez dentro del país, vimos cómo las mujeres, muy presentes en la vida pública --los ministerios están llenos de funcionarias y en la universidad ellas son el 65% de los estudiantes--,trataban de sortear las leyes y respirar un poco en una primavera que empezaba a ser asfixiante. Pero también vimos cómo detenían a las que se dejaban caer el pañuelo sobre los hombros, o marcaban demasiado la figura. Con ser duro, no era lo peor: su vida en términos jurídicos vale la mitad que la de un hombre. Literalmente, hacen falta dos mujeres para compensar la declaración de un hombre. Finalmente, la entrevista con Mahmud Ahmadineyad se hizo en directo en el palacio de la presidencia. El contacto fue profesional, estricto, escueto. Le pregunté por las mujeres, por las detenciones, por la igualdad. Me respondió con las cifras de las universitarias y su presencia en el ámbito público, sin moverse ni un milímetro de la propaganda oficial. Estos días, cuando veo las manifestaciones en Teherán, me acuerdo de aquellas universitarias, preparadísimas para asumir cualquier liderazgo social o político y condenadas a una vida secundaria. Ninguna sociedad sobrevive a la negación de su 50%. Es cuestión de tiempo.