Es una constante bíblica que los líderes políticos agoten su calvario aun cuando pudieran evitarlo. Este principio se complementa con una ley de la gravedad física que condena a los líderes políticos inermes a arrojarse al vacío. El calendario, a estos efectos, es preciso. José Montilla estaba tan apercibido que intentó rectificar cuando era una iniciativa imposible. José Luis Rodríguez Zapatero conoce lo que le espera a su partido en las municipales y en las generales. Y no afloja el paso hacia el abismo, sino que lo reafirma casi como una marcha militar. Es su particular Gallipoli. Todo el regimiento sucumbió ante las ametralladoras turcas, lo mismo que ocurrió con la carga de la Brigada Ligera en la guerra de Crimea. La épica del suicidio militar aplicado a la política. A este PSOE lo van a tener que recoger con aspiradora; Cataluña es un anticipo dosificado de lo que terminará por suceder dentro de poco más de un año.

Los partidos tienen que adaptar su tecnología a los cambios producidos con el siglo; se empeñan en utilizar la burocracia del XIX en la era de las comunicaciones; al final, la única innovación es el fingimiento de un orgasmo de naturaleza tan excéntrica como que es política.

El dinero del parque móvil aparcado en las cocheras del palacio de la Moncloa, mientras los chóferes esperaban a sus señoritos, es difícil de calcular. Pero la dedicación de Zapatero a los grandes empresarios no tiene equilibrio alguno en demostrar preocupación por los desheredados de la Tierra, 800.000 de los cuales acuden cada día a los comedores de Cáritas. Si el problema es para el PSOE la insatisfacción de la izquierda, no se entiende un desprecio tan olímpico a su masa de votantes. ¿Por qué Zapatero no finge, aunque sea, una cierta querencia socialdemócrata? Sencillamente, porque ha sentido la atracción irresistible del abismo y hacia él camina.