TCtualquier rincón de Islandia parece descrito por las letras de Antonia Font : hay amazonas en la Luna, astronautas rimadores, ballenas, icebergs y géiseres. Esperamos alrededor del más conocido a que el agua, que huele a huevo podrido, salte por los aires.

Nos hemos ido encontrando durante el viaje, en Vik, Akureyri, las gasolineras donde venden hot dogs . Unos han recorrido la isla en bicicleta, otros haciendo trekking y temblando por las noches en la tienda azotada por el viento, la mayoría en 4x4 a lo largo de carreteras desiertas. Está siendo el verano más lluvioso de los últimos 30 años, lo que no quita un ápice de belleza a nada de lo que nos rodea. Islandia te limpia los ojos. Se ha puesto de moda entre franceses, italianos y españoles que coinciden aquí y allá en un país con un millón de turistas y unos 300.000 habitantes. Es la Formentera del frío, con playas negras. Al llegar, tus únicos referentes eran la caída de los bancos, los libros de Xavier Moret, Arnaldur Indridason, Eric Lluent y aquel impronunciable Eyjafjallajökull que interrumpió el tráfico aéreo en el 2010. Es diferente a cualquier otro lugar, ajeno a tuits y noticias sobre turismo de borrachera y alcaldes de Valladolid. Y uno se siente como fuera de contexto. Solo esos españoles que hacen un recorrido similar y aparecen ahora en un hostal, luego fotografiando la riolita, dan cierta sensación de realidad, aunque impostada.

Dicen que el Bárdarbunga podría entrar en erupción. Entonces tendríamos que quedarnos aquí, aislados en otro mundo que, como los demás, está en este. Y es raro que lo consideremos raro, cuando el raro es el nuestro; al menos, visto desde aquí. Esperamos la emanación de agua caliente y pienso que, igual que en la canción de Antonia Font, hay viajes que dejan un cráter para siempre dentro de nuestra vida.