A nadie puede sorprender que Israel y Hamás hayan rechazado los términos de la resolución aprobada la madrugada del viernes por el Consejo de Seguridad de la ONU con la abstención de Estados Unidos. Es improbable que los gestores políticos y militares de la crisis de Gaza --la palabra crisis es un eufemismo, su nombre es guerra-- puedan aceptar el arbitraje y la mediación de la comunidad internacional después de someterse a un alto el fuego. Por un lado, el Gobierno israelí y el grueso de los candidatos que concurrirán a los comicios de febrero, que han hecho de la guerra un asunto electoral, consideran que quedaría a medias el trabajo iniciado. Por otro lado, el Gobierno islamista de la franja se debería ceñir a una estrategia que hasta hoy ha combatido con vehemencia: el posibilismo de la negociación con Israel y la hipotética creación de un Estado palestino en tierras de Gaza y Cisjordania.

Dicho esto, resulta una obviedad subrayar que la resolución deslegitima la obstinación de los combatientes en seguir su lucha a sangre y fuego. Por más que las disposiciones y veredictos de la ONU sean con harta frecuencia papel mojado, sobre todo si se refieren a conflictos con Israel al medio, no lo es menos que una resolución de perfiles tan moderados como la aprobada confiere un plus de credibilidad al bando de la paz. Algo que en este caso refuerza la abstención norteamericana, que incomoda a Israel en la misma medida que refuerza la voz de quienes exigen que se detenga la matanza.

Más allá queda la voluntad expresada por Estados Unidos de que surta efecto la disposición de Egipto, con el apoyo de Francia, a negociar con los contendientes. En verdad, es una de las pocas vías que se antoja con posibilidades de éxito porque reúne tres ingredientes que importan a todas las partes: la presumible disposición de Israel a escuchar a su vecino; la necesidad de Hamás de plegarse a los requerimientos de El Cairo si quiere que se abra algún día el paso fronterizo de Rafah; y la voluntad de las petromonarquías árabes de apoyar aquello que pergeñe la diplomacia egipcia.

Más acá quedan, como una fatalidad más de esta crisis, los últimos días de Bush en la Casa Blanca, debilitado irremediablemente en su autoridad. Y, correlativamente, la inmediatez de la llegada de Barack Obama al Despacho Oval, con el dosier de Oriente Próximo abierto por la página de Irak-Irán, cuando las urgencias están en la franja de Gaza. Y no es seguro que la próxima secretaria de Estado, Hillary Clinton, sea partidaria de ejercitarse en el poder blando justamente en esta crisis. Los antecedentes históricos y la nutrida presencia de simpatizantes de Israel en la próxima Administración inducen a pensar lo contrario.