El ataque desencadenado ayer por Israel contra varios objetivos de la franja de Gaza es la peor versión del derecho de cualquier Estado a defenderse porque presenta las formas execrables de la venganza. La desproporción entre la intensidad y los efectos del lanzamiento de cohetes sobre territorio israelí a partir del día 19, cuando venció la tregua de medio año, y el bombardeo con misiles disparados desde aviones habla más a las claras que cualquier reflexión acerca de las dimensiones de la matanza. Por no ahondar en la flagrante transgresión del derecho internacional al ser Israel la potencia ocupante del territorio sobre el que ordena la ofensiva.

La conmoción de la comunidad internacional ante el ataque no tiene visos de influir en el ánimo del agresor, que da por descontada la comprensión de Estados Unidos y la inoperancia de la Liga Arabe. Algo que en la práctica permite a los generales israelís actuar con absoluta impunidad, escudarse en la prédica de Hamás y la Yihad Islámica para justificar sus desmanes y dar satisfacción a una opinión pública militarizada. Un déjà vu que se ha repetido un número incalculable de veces en el conflicto palestino-israelí.

Desde luego, los islamistas radicales que administran la miseria material y los delirios ideológicos en Gaza no son mensajeros de paz. Pero después de sufrir un ataque en toda regla de uno de los ejércitos mejor dotados, es posible que sumen más adhesiones entre la población palestina de Cisjordania, bajo gobierno de Al Fatá, que tras todos los discursos pronunciados por los líderes de Hamás y la Yihad. Se trata de una reacción perfectamente previsible después de una siembra de odio como la completada por Israel.

Y el conflicto por lo que se vislumbra va para largo. Ni siquiera el próximo cambio en la Casa Blanca parece suficiente para alterar esta lógica perversa que mantiene postrada a una fracción importante de la comunidad palestina. Barack Obama no incluye en sus planes de futuro modificar la alianza estratégica que Estados Unidos mantiene con Israel. Y, menos aún, buscar atajos para la coexistencia de dos estados --palestino e israelí-- que quiebre la seguridad de Israel. Es más: la próxima Administración, con pequeños matices, admite el derecho del Gobierno israelí a anteponer la salvaguarda de la seguridad a cualquier otro objetivo. Y las simpatías proisraelís de la secretaria de Estado in péctore, Hillary Clinton, son de sobra conocidas. Algo que saben muy bien la centrista Tzipi Livni y el muy conservador Benyamín Netanyahu, candidatos a suceder a Ehud Olmert, cuya victoria en febrero depende en parte de su capacidad para presentarse ante la opinión pública como líderes expeditivos. De momento, estos bombardeos son un caldo de cultivo importante para sus aspiraciones, más belicistas que pacificadoras en un futuro inmediato.