La doble crisis económica y política ha hecho de Italia el enfermo de Europa. La decisión del jefe del Ejecutivo italiano, Silvio Berlusconi, de sacar el Ejército a la calle para combatir la inseguridad presuntamente asociada a la inmigración clandestina y la delincuencia cotidiana es inseparable de la sensación de postración y decadencia que posee a los italianos. Y también de la necesidad que tiene el Gobierno de desviar la atención sobre los problemas reales del país mediante una operación de maquillaje cuyos resultados serán previsiblemente muy modestos y, con toda seguridad, foco de toda clase de injusticias.

Este montaje de charcutería política, tan propio de la parafernalia berlusconiana, no tendría mayor importancia si no fuera porque afecta a las esperanzas y la dignidad de seres humanos que, en condiciones extremadamente duras, han logrado llegar a un país del G-8. Resultaría incluso grotesco resaltar que el Gobierno cree tan poco en la medida tomada que ha decidido no llevar el Ejército al centro de Roma para evitar las críticas, cuando no la risa escéptica de los turistas. Pero resulta que detrás del despliegue de los soldados que patrullan las ciudades alienta el sectarismo xenófobo de una parte no menor de los ministros nombrados por Berlusconi, adscritos a diferentes formas de nacionalismo intemperante. Un nacionalismo extremadamente oportunista, hay que añadir, porque para después de las vacaciones está preparado un decreto que permitirá regularizar la situación de 170.000 personas --trabajadores domésticos en su gran mayoría--, lo que solucionará de un plumazo los problemas de servicio que seguirían a una expulsión masiva e indiscriminada de sin papeles. Las críticas dentro de Italia son múltiples. Los sindicatos de policía la califican de "operación de fachada" y el líder de la oposición, Antonio di Pietro, define el trabajo encomendado a los militares como de "figurantes de cine".

La alarma en la UE, que comparte con el centroizquierda derrotado en las urnas por Berlusconi, está plenamente justificada. El hostigamiento de que han sido víctimas comunidades de gitanos, sin papeles de procedencia varia y otros excluidos del primer mundo retrotrae la memoria colectiva a los peores días de Europa, a la persecución ominosa de seres humanos. Y aunque Berlusconi y sus ministros se escudan en el principio de soberanía para defender su derecho a actuar como tengan por más conveniente, cabe invocar en la UE el deber moral de injerencia humanitaria para garantizar los derechos de quienes son objeto de acoso, aunque el Gobierno italiano hable de control y regulación de los flujos migratorios.