No hay muchos partidos en una democracia occidental que tengan a casi tres millones de personas, entre afiliados y simpatizantes, dispuestas a participar con su voto en la elección del secretario general. El Partido Democrático (PD) italiano los tiene y la mayoría ha dado su voto a Pierluigi Bersani para liderar la joven formación política, fruto de la amalgama de varias formaciones de centro, centro izquierda e izquierda. En sus dos años de existencia, el PD ha acumulado derrotas electorales y algo mucho peor en un partido que debería ejercer la oposición: la falta de una identidad clara. Un resultado del ejercicio democrático del domingo debe ser la consolidación de esta identidad. Bersani tiene que articular un alternativa política sólida y coherente y no dejar que las luchas internas arruinen el proyecto progresista, el único que puede poner coto a una derecha populista cuando se empieza a apagar la estrella de Berlusconi. Su primera tarea es la de incorporar a su proyecto aquellas voces que horas antes de la apertura de las votaciones ya amenazaban con abandonar el partido si ganaba precisamente Bersani. No sería un buen augurio una espantada nada más empezar. En esta búsqueda de la cohesión también los candidatos derrotados deben arrimar el hombro y no caer en la fácil tentación de segar la hierba bajo los pies del secretario.