No hay duda de que hay sentimientos de izquierdas y sentimientos de derechas. O, si se quiere, sensibilidades, actitudes y maneras distintas de reaccionar ante los hechos de la vida pública, según la colocación de cada uno. Y también antagonismo entre los unos y los otros. A veces hasta odio. Pero en la acción política concreta, en los programas, en los proyectos sociales realizables, ¿dónde están hoy las diferencias sustanciales?

Al que es de izquierdas de antiguo, frustraciones aparte, eso le importa menos. Lo tiene claro para sí mismo, sabe quiénes son los suyos y quiénes no lo son. Y aunque se sienta cada vez más lejos de los partidos que representan a su mundo y dude si votarlos o no, o incluso haya decidido no hacerlo, la necesidad de responder a esa pregunta no le inquieta en demasía.

El problema es que la mayoría de la gente que podría ser de izquierdas no ha vivido las experiencias que marcaron ideológicamente a los mayores. Y que la izquierda carece absolutamente de ideas, de mensajes reales, de los que llegan dentro, que son los que cuentan, con los que atraer a esa mayoría, formada por jóvenes y no tan jóvenes.

La crisis económica ha sacado a la luz con toda crudeza esa realidad. Los partidos de izquierda están desarmados ante ella. Porque antes de que llegara, todos, unos más, otros menos, habían ido acompasando sus programas a la avasalladora fuerza del neoliberalismo y de su primo hermano, la globalización (¿se acuerdan de la tercera vía de Tony Blair ?) Y ahora que ha estallado, el único objetivo de los pocos partidos de izquierda que están en el Gobierno, entre ellos el PSOE, es el de poder transmitir a la opinión pública que pueden plegarse de forma tan eficaz como los de derechas a los imperativos del mercado.

Pero ¿qué le importa esa supuesta eficacia a un joven mileurista que tiene cada día más claro que en lo que le queda de vida laboral, si no va al paro, solo un milagro mejorará su suerte? En los años 20 y 30 los jóvenes explotados creyeron en la revolución. En los 60 y 70, en la reforma socialdemócrata. Ahora, nada puede ilusionarlos.