XJxuro y perjuro que lo de real no va encaminado a la h-j-artura que algunos empezamos a tener, con perdón, por la acumulación mediática de la bendita y necesaria boda del Príncipe y heredero, don Felipe, con nuestra querida colega (perdón por la pretenciosa licencia) doña Letizia. Parece que es inevitable y no viene a cuento la contestación. Pero es que a estas alturas hay que agarrarse a los clavos ardientes que ofrece la vida para seguir instalado en el imprescindible optimismo para continuar. Porque si lo miras con cierto alejamiento, medio depresivo, medio cínico, pasando por las pequeñas dosis inherentes de existencialismo un tanto cutre y casposo (por aquello de estar la moda de la herencia pepera) te dan ganas de salir corriendo. Pero he aquí que en la rutina dominguera, con derrota del Badajoz incluida, te entra la neura de la autoafirmación al escuchar por el telediario (de la Uno) que un jamón procedente de los Santos (de Maimona, claro) ha ganado el primer premio del concurso de patas curadas del cerdo ibérico y que el Womad cacereño ha reunido a más de 50.000 personas. Debe de ser cosa del Ibarra, tras la entrevista con el Zapatero y en la que el presidente del Ejecutivo español tuvo a bien inaugurar el ciclo de contactos personales con los presidentes autonómicos. Nada por aquí, nada por allá y que cada cual y cada cuala saque sus conclusiones.

Disquisiciones aparte, el jamón de Los Santos de Maimona (bueno, del guarro criado y curado por esos lares) premiado en la templaria Jerez de los Caballeros, que entró en el siglo XIX en la mitología de las bellezas ibéricas gracias al cuentista Washington Irving después de llegar a lomos de burro o mula --que no es el caso precisar-- y la difusión nacional del Womad me llenaron de tal entusiasmo que salí a la puerta del barrio para lanzar vivas a Extremadura, a Badajoz y a la alegría de vivir.

Tras pasar por orate, un avieso vecino me recordó que era un insolidario y un egoísta porque vamos de mal en peor; ya que en Irak se complica (¿) la guerra, que los actos de tortura vienen a agravar la situación actual, que Palestina es un polvorín incandescente, que los fundamentalistas de todos los signos, ¡ojo!, se radicalizan más (Chechenia, otro ejemplo), que el precio del petróleo amenaza de nuevo y, mientras, aumenta la pobreza, la segregación, la discriminación y la violencia.

Ya, la vida es un asco, según se desprende tras escuchar al que no se ha ido Aznar (¿existes, Rajoy ?), o a Floriano. Por cierto, recomiendo a los futuros guionistas de la televisión extremeña que hagan una serie sobre pesimismos recalcitrantes dentro de una esquizofrenia en primer grado o una paranoia peligrosa dentro del complejo de Edipo y de técnicas para liquidar (mentalmente) a la madre.

Y llega la noticia del jamón y del Womad (en la Primera) y me salva de la depresión que me embargaba. La primavera es peligrosa: por la floración, porque no se corresponde con las parcas energías humanas; con las alergias, cada vez más numerosas e inclasificables; por los espejismos, cual turista indemne en el desierto que se traga todas las apariencias después de ocho años de travesía. Hay que asirse a algo real, con sabor, con presencia: a un jamón de cerdo ibérico criado en la dehesa extremeña. Dicen algunos teóricos que Extremadura nunca alcanzará la industrialización deseada y por tanto el pleno empleo. Esto último, siempre debe de ser un objetivo inexcusable e irrenunciable. Pero en cuanto a lo primero, las jodidas leyes globalizadoras de la actual economía dictaminan que es misión imposible por secula seculorum.

El jamón es uno de nuestros productos estrella, junto al medio ambiente, el patrimonio cultural, o el don hospitalario de las gentes extremeñas y el nuevo ansia de emerger y competir. Muchos más hay. Y muchas singularidades que entran en la competencia fiera del mercado. Pero de momento nos asiremos a una realidad y a una esperanza, que en el fondo son sinónimos. El jamón es dual (metáfora y realidad carnal, gustosa). La promesa de Zapatero a Ibarra es la ancestral ilusión de mejorar del extremeño, la esperanza fundamentada en la solidaridad y en el trabajo. Y los bastardos, los torticeros, los envidiosos, los amargados, los que nunca llegan, que se eclipsen. O que degusten un buen jamón a ver si se les cambia el carácter. Siempre con alegría, real o fingida, y con fidelidad a lo extremeño.

*Periodista