¡Buenas noches, pocos! fue el saludo con el que Tip y Coll iniciaron una actuación que tuve la suerte de presenciar en Madrid, hace ya muchos años. No éramos muchos, es verdad, pero su responsabilidad profesional les hizo actuar como si hubiera un lleno hasta la bandera. Un cuarto de hora después, quizá para rellenar algún espacio muerto en medio de su actuación, esos dos genios del humor inteligente fingieron saludar a personajes conocidos: "Esta noche, queremos agradecer la visita de...¡Nati Mistral!", mientras señalaban, con un aplauso, la platea donde nos encontrábamos mis amigos y yo. La gente, confiada, aplaudía y nosotros nos partíamos de la risa. Después del largo aplauso a... nadie, aclararon: "Bueno, no está, pero ¿y si hubiera venido?".

El resto de su actuación fue, como siempre, un inteligentísimo enredo en el que la complicidad del espectador era tan importante como su argumento. Esa fue, creo, la razón de su éxito: hacer que el público se sintiera inteligente riendo sus parodias, sus quiproquos, sus absurdos diálogos. Y, al mismo tiempo, la compenetración de dos personalidades absolutamente diferentes. Tip era el humorista típico, ocurrente, ingenioso, rápido hasta la inmediatez. Coll dejaba traslucir una profunda formación cultural que, además, dejó plasmada en su maravilloso diccionario, dignísimo heredero de Ramón Gómez de la Serna, Miguel Mihura, Jardiel Poncela y tantos otros espléndidos humoristas que nunca recurrieron a los gritos ni a los disfraces ni a las burdas imitaciones que son, ahora, el pan nuestro de cada día.

Desde un punto de vista aún más personal, mis alumnos me han oído decir mil veces, ante alguna evidente estupidez (no siempre proferida por ellos, también es cierto): "¡Regardez la gilipolluá!". Vaya esto como humilde homenaje, en el recuerdo, a aquel maravilloso momento en que nos enseñaban, a lo largo de un cuarto de hora, cómo llenar un vaso de agua.

Gracias a los dos por haberme hecho sentir persona.

Luis Regidor **

Cáceres