Escritor

A falta de un año para el centenario de su muerte (1905-2005) la poesía de José María Gabriel y Galán vuelve ha hacerse presente ante su estatua del Paseo de Cánovas por los muchos galanianos que fielmente guardan en su memoria los sublimes versos del poeta que más hondamente caló entre las gentes de la alta Extremadura. Nadie, como él, supo expresar con tan lírica maestría los sentires y emociones de un pueblo tan abandonado y olvidado por todos los estamentos políticos y socioculturales de la época. Todos los escritores de aquel tiempo, de renombrada actualidad, pasaron de puntillas por nuestra querida Extremadura. La fecunda obra de Gabriel y Galán, apesar de su prematura muerte con 35 años, dejó clara constatación de su incondicionable amor y respeto al hombre, al paisaje y a esas pequeñas cosas que suelen pasar desapercibidas pero que, líricamente rimadas, adquieren esa especial relevancia. José María Gabriel y Galán decribió, narró las cosas con absoluta claridad y sencillez para que fueran entendidas sin esfuerzo por aquella sociedad rural tan identificada con su obra y a la que siempre se sintió unido hasta el final de su vida.

La lectura de cualquiera de sus poesías nos traslada a un mundo bucólico, rural y común donde todo cuanto acontece guarda cierta consonancia para quienes el campo y el paisaje extremeño nos resulta familiar y cercano. Toda su poesía es un amplio compendio de feliz reposo y sosiego, de costumbres y desenlaces que, sin quererlo, nos hace partícipes de sus argumentos en tiempo y lugar. Argumentos que nos hacen sentir el momento y la circunstancia de la misma manera que la sintieron los muchos lugareños, campesinos y montaraces que convivieron con el poeta castellano.

Decir, como se llegó a decir por un escritor de su tiempo, que la percepción del paisaje por José María Gabriel y Galán obedecía a influencias de otros poetas no dejaba de entreveer en su intención, un total desconocimiento de la sensibilidad emocional del poeta charro . El escenario y el lugar donde se escribió ´Castellanas´ y ´Extremeñas´ no pudo ser más propicio para que el poeta se recreara líricamente con el entorno. Negar su conocimiento del paisaje extremeño, su cercanía, sería tanto como admitir también, que los que le enjuiciaron tampoco eran conocedores del paisaje de Extremadura, si pudo, como tantos otros, moldear su estilo y su forma de hacer, pero de su peculiar manera de escribir se desprende el conocimiento que tuvo del medio, el rural, del que supo, como ningún otro, escanciar la sublime belleza del paisaje extremeño. Hoy, 6 de enero de 2004, cuando las hojas del calendario encaminan sus días hacia el centenario de su muerte, ese paisaje extremeño tan magistralmente cantado por Gabriel y Galán y tan olvidado por sus coetáneos, vuelve a recordarse por esos extremeños que con admiración y respeto siguen, año tras año, recitando sus poemas en un sencillo acto donde la sencillez y la lírica de sus versos recobran la vitalidad de su mensaje.