XHxe asistido durante estos últimos días a esa sorpresa que ha causado el informe publicado por el sociólogo Francisco Carmona sobre la actitud de los jóvenes y la religión en España; según el cual, sólo uno de cada tres se declara católico, y de ellos únicamente el 12% asiste regularmente a la iglesia y un 20% lee libros de contenido espiritual. Ciertamente, resulta una participación y un interés muy exiguo. Algunos titulares incluso enunciaban la situación como un dar la espalda la juventud a la religión, o un rechazo manifiesto de la mayoría a la Iglesia. He sido testigo de la alarma que esta información ha causado a ciertos grupos de católicos e incluso he conversado sobre este tema con padres de jóvenes que están en esas franjas de edad, con los propios jóvenes y con representantes de la Iglesia. La preguntas que se desprenden son lógicas: ¿A qué se debe el fenómeno? ¿Vamos a un modelo de sociedad alejado definitivamente de lo religioso? ¿Qué falla? Realmente no es difícil concluir que nos aproximamos aceleradamente a un nuevo modelo social y que muchas de las costumbres, actitudes y valores del pasado caen en desuso y pierden su interés para las nuevas generaciones hechas ya al mundo tecnificado, mediático y cibernético. La Iglesia no oculta su incapacidad para avanzar al ritmo que marcan los tiempos y con demasiada frecuencia se diluyen sus mensajes en un discurso etéreo, anquilosado y lejano al tiempo real. La jerarquía no encuentra la manera de hacerse entender y esto causa no pocos sufrimientos al pueblo fiel y a muchos pastores. Pero... ¿son éstas las únicas causas del fenómeno secularizador? ¿Está el problema sólo en la propia Iglesia?

Acudo inmediatamente a otros datos de la estadística fiable y trato de encontrar los lugares hacia los que se encaminan esos intereses de los jóvenes que abandonan la religión. Las encuestas del Instituto de la Juventud, en el sondeo periódico de opinión y situación de la gente joven en lo referente a asociacionismo y participación, valores y actitudes de un amplio espectro de entrevistados entre 15 y 24 años, extraen la definitiva conclusión de que sólo uno de cada cuatro manifiesta que estaría dispuesto a dedicar parte de su tiempo a alguna actividad de voluntariado. Y esto es sólo la actitud, porque la realidad nos da la sorpresa de que sólo el 4% de los jóvenes entre 15 y 25 años pertenece a alguna organización de voluntariado. Y no será esto por escasez de campos de actuación: Organizaciones No Gubernamentales y organizaciones dedicadas al voluntariado hay en casi todos los campos imaginables.

El asociacionismo --que pide un mínimo nivel de compromiso-- tampoco sale nada bien parado: realmente, sólo un 15% son activos miembros de asociaciones, prevaleciendo las deportivas; aunque se declaren como socios el 30%. Es éste, junto con el de Grecia, el índice más bajo de participación de Europa.

Constantemente se resalta la crisis de valores que afecta a nuestra juventud, la indiferencia, la comodonería, el absentismo... Es muy significativo que la única forma de reunión de jóvenes realmente multitudinaria sea el botellón y que se dedique de tres a cuatro horas diarias a ver la televisión. Acudan a los índices de audiencia de la telebasura entre los jóvenes y se asustarán. Detesto el alarmismo, pero el vacío es patente. Y donde queda un hueco se rellena con cualquier cosa. Esta situación pone de actualidad el escepticismo con que ya la gran pedagoga francesa Francoise Dolto veía la sociedad de su país en 1987: "Estamos preparando una vida que no sabemos cómo será para unos niños que tienen que ser diferentes a nosotros, puesto que han tenido experiencias que a nosotros nos eran desconocidas a su edad".

*Escritor