Ruido y debate. Las distintas fuerzas parlamentarias se han enzarzado, de forma bronca y desabrida, tratando de defender sus tesis políticas. Cada una de ellas ha creído que era portadora de esa llave milagrosa, capaz de abrir la puerta de un futuro libre del pesado fardo de la actual recesión económica, que amenaza con ser letal para los intereses del país. Mientras tanto, en medio de un denso silencio, una gran masa de españoles ha estado ante la TV atrapada por el encendido debate político, habido en el Congreso, que podría haber sido decisivo. El resultado de ese pugilato, ha sido, según unos, dar vencedor al presidente del Gobierno; según otros, al jefe de la Oposición. Ahora bien, detestando todo bizantinismo estéril al respecto, algo flota en el ambiente: que hay, a toda costa, que ganar, sin distinción de colores ideológicos, esa frágil esperanza para todos, al tener unas perspectivas muy difíciles, pues, pocas veces como ahora, la espada de Damocles ha pendido tanto sobre todos. Pero hay un hecho, silencioso y silenciado, entre tanta escaramuza partidista, que no puede pasar desapercibido: Un Rey, nuestro monarca, Juan Carlos I , ha estado, con esa elegante moderación que le caracteriza, haciendo sus deberes. Primero realizando una ronda de contactos con los agentes sociales, en una labor de mediación, impagable, aunque haya habido quienes hayan hecho de tal gesto sesgadas lecturas, sin valorar su importancia, materializada en limar asperezas y acercar posturas, al tiempo de informarse de lo que se cocía en las calderas de los diferentes colectivos. Y esto hecho, desde su siempre prudentísima actitud de no traspasar un milímetro lo dictado por la Constitución. Sucesivamente, y con paso quedo y prudente, ha girado una visita al corazón del Imperio. No ha habido imágenes de TV, ni grandes titulares que dieran megafonía a su encuentro con Obama , con el que ha almorzado... Mientras tanto, nuestro Rey ha seguido engrasando, tras haber dado, una vez más, otro salto trasatlántico, las grandes bielas de la diplomacia entre la Casa Blanca y España, en medio de un silencio mediático, y sin aparente consecuencia para nuestros intereses. El Rey, se ha dicho, y no sin razón, de que no da puntada sin hilo, ya que, hasta el día de hoy, nadie como él ha sabido vender nuestros valores. Labor que, sin duda, le ha granjeado el amor de su pueblo, junto a la reina Sofía , la gran profesional, siempre solícita a lo que quiere el pueblo español.