Antes de que trascendiera la irritación del rey retirado por el menosprecio sufrido en la conmemoración de la democracia, ya había molestado a mucha gente, que también los juancarlistas que quedan son gente, su ausencia. Y aunque no sé si los que reparten carnés de gente me consideran tal, también a mí me pasmó que el monarca no estuviera precisamente donde ese día debía estar. Al hombre lo mandan a los toros, a ver cómo pierde Fernando Alonso, a funerales donde a nadie le apetece ir o a mantener esa amistad vergonzante pero rentable con jeques diversos, mas al acto que conmemora el estreno de las libertades, donde su papel fue no solo coprotagonista, sino esencial, a eso, no.

Una no sabe quién manda en la Casa Real, quién modera, inventa o hace y deshace protocolos absurdos, ni concibe de qué manera la presencia del rey padre podía ensombrecer la de su digno hijo. Pero puesto a significar, representar, ilustrar y merecer, realmente, lo hacía tanto él como el heredero. Si no más. Juan Carlos lideró, junto con algunas de esas testas dignamente canosas que adornaban las tribunas, un momento que no fue exactamente como casi dio a entender Ana Pastor, la más grande ocasión que vieron los siglos, pero sí muy decisiva y trascendente. Y difícil. Mucho más que el que vive ahora su hijo, por complicado que sea. Su actuación toda en los duros tiempos de una transición que permitió que hoy los que le insultan a todas horas, lo hagan con libertad y prepotencia odiadora o condescendiente, merece no solo respeto, sino agradecimiento.

Ya lo escribió Serrat, otro olvidado al que muchos jóvenes desconocen: «A los viejos se les aparta después de habernos servido bien». Pero sorprende y mucho que quien tuvo coraje o cálculo o autoridad para repudiar a una hermana y excluirla a ella y a la otra, a la que nada deshonroso se le conoce, de la Familia Real, no haya sabido o querido imponerse a estrategias absurdas que ponen al descubierto una total y preocupante falta de criterio. Por cierto, quien dirija el protocolo, que aconseje a Leticia que sonría un poco.