Algunos medios creen que nos gusta leer intimidades, hurgar en las vísceras, revolcarnos en el nombre de los que han fallecido. Si no, no se explica el artículo de El País sobre Juan Goytisolo y sus precarias condiciones de vida.

No era necesario, ni estaba justificado por interés humano o como información urgente. Quizá no exista en el periodista mala intención, pero tampoco se ve un afán de reivindicar mejores condiciones para los escritores jubilados ni llamar la atención sobre la situación de algunos creadores.

No pide una beca, ni una ayuda, ni plazas en residencias especiales. Solo muestra a un autor envejecido y enfermo, arruinado, que sufre dolores enormes porque no quiere pagar servicios médicos que se lleven la herencia que quiere dejar sus ahijados.

Un autor que, por problemas económicos, se ve obligado a aceptar un premio muy merecido, pero que ha denostado mil veces.

Por eso se humilla y viaja a Madrid a recoger el Cervantes, con un traje y sin corbata, muy machadiano, pero también muy triste, por encima de cualquier parecido literario.

De paso, nos enteramos de su situación familiar, y del nombre de su pareja, y de sus ahijados, como en un Sálvame Deluxe, como si una vez muerto, la vida privada de un hombre dejara de pertenecerle. Y no es justo ni necesario.

Lo que no se ha publicado en vida no debería exponerse cuando uno no puede hablar de ello o defenderse. Mostrar la realidad de un hombre anciano, como quien airea al sol sábanas sucias, es un signo no solo de falta de ética, sino también de ausencia de imaginación.

El reino de la ficción es infinito, por más que se empeñen en darlo por muerto muchos autores. Contar lo que uno sabe no siempre es pertinente. A los lectores de Juan Goytisolo solo puede entristecernos su precaria situación, pero nos queda su literatura. Y los demás, ya tienen bastante ración de miserias como para andarse revolcando en intimidades literarias de patio de vecinas, que muy poco tienen que ver con la literatura.