Emocionan, aunque en muchos aspectos resulten patéticos, los esfuerzos que ahora efectúa el papa Juan Pablo II (Wadowice, Polonia, 18-5-1920) para mantener el ritmo en sus viajes pastorales. Pese a que su salud se resiente más y más en cada desplazamiento, se impone a los desfallecimientos y saca fuerzas para cumplir con su programa.

El próximo día 16 de octubre se cumplirá el cuarto de siglo desde que el entonces cardenal Karol Wojtyla fue elegido Sumo Pontífice. Pero en los últimos años, cada día es para él una victoria en su convencimiento de que debe difundir que los valores cristianos han de impregnar toda actividad humana. El criterio papal supone, además, que Europa ha de ser el continente promotor de esta nueva cruzada, en especial cuando los intereses vuelven a unir a las naciones del Este con las del Oeste. Polaco dentro del universalismo de la Iglesia católica, confía en las raíces cristianas de los pueblos eslavos para crear la Unión Europea del Espíritu. Por ello su primer discurso en Bratislava --cuatro párrafos que no pudo terminar de leer debido a la fatiga-- fue para recordar a los eslovacos que cuando sean comunitarios no deben sentirse satisfechos con la simple búsqueda de ventajas económicas, sino que han de influir con su profundo cristianismo. Misión casi imposible, pero en la que el Papa cree.