TAtños llevaba soñando Juanito con sentarse en el palco del estadio Santiago Bernabéu. Los mismos que lleva repartiendo frutas y verduras por Badajoz, al detalle, según le piden unos y otros. "Yo introduje el kiwi cuando nadie sabía qué era eso y también el lichi, que algunos ni saben todavía cómo se pela". Juanito forma parte, junto a su esposa Isabel , a esa especie en extinción de tenderos de barrio que conocen cada pieza de fruta que venden y jamás te meten un clavo.

Años llevaba soñando con ver al Madrid de sus amores y le llegó la oportunidad de verlo frente a la Real Sociedad, como el señor que es, en el palco junto a Florentino que le invitó, y comiendo jamón y lomo. Acababan esos años de ilusión en los que apretaba el escudo del Madrid frente al televisor porque ahora podía apretarlo bajo la cubierta del Bernabéu. Supongo que las emociones fueron muchas, desde el golazo de Ronaldo a la proximidad de ídolos en los asientos que le rodeaban. Sólo un tendero de barrio puede saborear en su justo término la pulpa golosa y jugosa de la popularidad. Esa pulpa que sabe a clientes satisfechos, a pedidos servidos en el momento, a cumplir con lo que se le pide, a despachar sonrisas entre las acelgas y acelgas entre las sonrisas. Pero la cosa se puso mal. Un loco o un criminal con ganas de masacre, llamó diciendo que debajo de Juanito, en el palco del Bernabéu, había puesto una bomba. Aparte del detalle de querer acabar con setenta y cinco mil espectadores, acababa con uno de los últimos tenderos de barrio, Juanito. Pero la fortuna, aliada natural de los fruteros, quiso que todo fuera un susto, una amenaza criminal sin más consecuencias. Juanito, ánimo que aún se puede ganar en siete minutos.

*Dramaturgo y director del Consorcio López de Ayala