THtabía dedicado cuarenta años de su vida a enseñar Literatura y Francés en un prestigioso colegio privado de la ciudad. Había formado a tantas generaciones que le era difícil caminar por la calle sin encontrarse con crecidos adultos que la saludaban y agradecían cuanto por ellos había hecho.

Su entrega al colegio había sido total y su esfuerzo porque el mismo estuviera a la cabecera de los centros docentes, sin límites: durante cuarenta largos años no tuvo tiempo para preocuparse de su situación administrativa ni para interpelar sobre las diferencias económicas con los compañeros de la Enseñanza Pública. Durante cuarenta años dedicó horas y días a los alumnos y a los padres, a las tutorías y clases particulares, a los desplazamientos y viajes culturales, a los claustros y cursos de reciclaje, en detrimento incluso de la atención a su propia familia, con tal de que la buena reputación y el prestigio del colegio no decayera y pudiera mantener el número de matrículas y alumnos que el buen nombre suele acarrear a estos centros.

Tras esos cuarenta años de trabajo pensó jubilarse: había cumplido los sesenta, se encontraba cansada y con unas generaciones que ya no entendía o a las que no lograba llegar.

Se dispuso a preparar la documentación y ver cuál sería su situación económica una vez jubilada. La profesora de Literatura y Francés no pudo contener las lágrimas cuando le dijeron, que a pesar de sus cuarenta años de trabajo, no reunía las condiciones para jubilarse con cierta garantía, porque su colegio no había cotizado por ella los primeros años de su vida laboral.

¿Se irá nuestra profesora con un "Dios se lo pague" de la directora del colegio religioso, sin más, o sería conveniente de oficio se obligara a la patronal docente a restituir a la trabajadora cuanto se le ha defraudado en cuotas a la Seguridad Social?

Parece claro que la jubilación no siempre lleva al júbilo ni la víspera al contento, pero a algunos habría que llevarles al banquillo.

*Licenciado en Filología.