Aquellos que pertenecemos a la generación que creció con los videojuegos sabemos lo que es «pasarse» entero un juego de plataformas. Los ha habido clásicos, incluso clasiquísimos. Horas enteras dando saltos, calculando pixeles para no caer, corriendo en espirales. Mario, Sonic, o el genial Ghost N’ Goblin. Muchas plataformas como reto.

Parece que nuestra economía se ha convertido en eso: un juego de plataformas. Y probablemente, porque nosotros mismos lo hayamos configurado así. Casi no pasa un día sin que alguna empresa proclame el deseo de reinventarse convirtiéndose en una plataforma difitla. Porque los ejemplos de las empresas (en su gran mayoría, de base tecnológica) que se han configurado como plataformas es una historia de éxito.

Estas empresas (Facebook, Twitter, Uber, Amazon, Ticketbis… hay una enorme pluralidad de ejemplos) realmente no producen nada. Han supuesto un salto en la economía, pasando de ser empresas puramente productoras o meramente intermediarias. ¿Cómo? Generando plataformas de uso. Su éxito radica en tres bases: ser pioneras (un mérito incuestionable), proponer o desarrollar tecnologías disruptivas y, sobre todo, mejorar la experiencia del usuario. Más sencillo, más comprensivo, más barato.

Es un tipo de economía que el pensador Eugeny Morozov ha definido como «capitalismo de plataforma». Implica una profunda transformación en la manera de proporcionar bienes y servicios. La competición no se basa en el producto, sino en competir por el tiempo del consumidor, incluso permitir la relación entre ellos. Tanto en la venta como en la recomendación. Es decir, ser exactamente una plataforma para los clientes.

Piensen en el extendido Facebook: no producen nada propio sino que reordena y coloca lo que sus usuarios generan. Pretenden desarrollar un nuevo modelo: (aparentemente) no hay dinero en sus transacciones, así que surge un modelo no tradicional. Más horizontal y participativo, en el que los consumidores se relacionan directamente entre sí. Desde cualquier sitio: basta un móvil.

Morozov advierte (no en vano es considerado el gran escéptico del desarrollo tecnológico) que el habitual discurso empleado por estas firmas de base tecnológica a menudo disimula sus metas de negocio reales, en las que los usuarios son claves pero instrumentales para los objetivos de las empresas. No hay una preocupación por el consumidor considerado individualmente; principalmente, porque son el propio producto.

Cuando Ryanair verdaderamente sorprendió no fue cuando avisó de la posibilidad de vuelos transatlánticos a coste de viaje nacional, sino que aturdió su pretensión de vender billetes de otras aerolíneas en su web (lo cual ya hace). Cuando Uber sufrió su enésima prohibición en un país, Corea del Sur en este caso, prometió que permitiría a los taxistas locales utilizar su plataforma, además de sus servicios adjuntos. En mayo, Facebook recurrió al mismo tipo de argucia; se equivocó al avisar de su intento de proporcionar acceso gratis a la red en países en desarrollo a través de un proyecto llamado «Internet.org» y (cuando sufrió restricciones legales) lo solucionó… transformándolo en plataforma.

En una cultura como la nuestra, obsesionada con la innovación, tiene todo el sentido la creación de modelos más cercanos al usuario. Un usuario que, además, creo tener todo el poder por la capacidad de decisión y la forma (conjunta con otros usuarios) de presionar a la baja precios y «democratizar» (nótense mucho las comillas) el acceso a servicios. Pero al mismo tiempo podemos convertir a estas empresas en monopolios de hecho (seguro que piensan en ejemplos) que incluso pueden convertir en rehenes en las empresas proveedoras de servicio. Lo cual, paradójicamente, iría en contra de la verdadera experiencia del usuario. Es decir, lo que me ahorro en reservar el viaje lo puedo perder en el propio viaje en sí.

No comparto la crítica de Morozov: estas plataformas son necesarias porque nosotros mismos hemos decidido que lo sean. Y las que no triunfan o encallan simplemente dejan de usarse. No podemos criminalizarlas: su éxito nace de la comodidad y de la simplificación de procesos. Pero también plantean retos legales para los poderes públicos y de uso para los consumidores que están lejos de resolverse (escribo esto en medio de una huelga de taxis en Madrid debido a la competencia que claman como desleal de plataformas como Uber o Cabify).

Veremos cómo alcanzamos a saltar la siguiente plataforma.