La victoria en el Tour de Carlos Sastre a una edad, 33 años, en la que muchos ases del pelotón empiezan a pensar en la fecha de la retirada, representa un gran éxito de la tenacidad, la paciencia y el espíritu de sacrificio de un deportista modesto que ha obtenido el triunfo más importante que puede alcanzar un ciclista. Al mismo tiempo, es la confirmación de la vitalidad del ciclismo español, que ha sumado tres vencedores del Tour consecutivos: Oscar Pereiro (2006) y Alberto Contador (2007), además de Sastre. Y es, en suma, un dato más del buen estado del deporte español a menos de dos semanas de que se inicien los Juegos; un mes después del triunfo de la selección en la Eurocopa y del de Rafa Nadal en Wimbledon.

Esta magnífica realidad no puede ocultar, sin embargo, el hecho de que el ciclismo español ha deparado en este mismo Tour que ayer acabó dos episodios de dopaje, uno de los cuales arrastró a la retirada a todo el equipo Saunier Duval. Sin necesidad de emular el espíritu persecutorio de la Gendarmería y la ligereza de algunos medios franceses, predispuestos a descubrir casos de dopaje a la vuelta de cada curva, es evidente la necesidad de perseverar en los controles, sacar a los tramposos de la carretera y garantizar la limpieza de la competición. La imposibilidad de que se repitan situaciones sonrojantes como la red de dopaje puesta al descubierto por la operación Puerto, debe garantizarse hasta donde sea humanamente posible para evitar que se extienda sobre el pelotón la sospecha generalizada. Se lo merecen Sastre y todos los grandes campeones.