Hace 25 años, la imagen de Dolores Ibarruri y Rafael Alberti en la Mesa del Congreso simbolizaba visualmente la reconciliación de las dos Españas. Pero ha tenido que pasar un cuarto de siglo más para que de la misma Cámara partiese un tributo explícito a las víctimas de la guerra civil, la represión y el exilio y para que, por fin, hubiese una condena unánime de la dictadura franquista. La iniciativa del Congreso no es sólo simbólica e incluye actos de reparación material. Es de esperar que resulten más efectivos que las indemnizaciones aprobadas para los antiguos presos políticos.

El pacto de silencio de la transición sirvió para crear una sociedad democrática madura. Lo demuestra, por ejemplo, la inmediatez y la transparencia con que el Ministerio de Defensa ha sancionado la presencia irregular de soldados de uniforme en la misa de homenaje a Franco en el Valle de los Caídos. Pero los temores de unos y las complicidades de otros habían retrasado lo de ayer. Lo histórico del acuerdo sellado en el 27.º aniversario de la muerte de Franco obliga a subrayar la unanimidad lograda. No hubiese sido digno que el doloroso pasado de este país se convirtiese en argumento electoral en los dos próximos años.