El magistrado valenciano de Jueces para la Democracia Joaquim Bosch Grau dice que a veces tiene la amarga sensación de que «las leyes son telarañas que cogen a las pobres moscas y dejan pasar a avispas y abejorros». No puedo estar más de acuerdo con él. También hay un aforismo francés que se utiliza con frecuencia en el argot judicial que reza así: «El derecho civil sirve para que los ricos roben a los pobres. El derecho penal impide que los pobres roben a los ricos». Digo esto por la portada que nuestro periódico publicó el pasado viernes donde en la parte de arriba aparecía una imagen de Rato y Blesa en el juicio de las tarjetas black con el titular «Condenados», y abajo otra fotografía de Urdangarin saliendo de la audiencia de Palma con el titular «Y a su casa».

Qué cara la del esposo de la infanta. Dura como el cemento armado después de quedar acreditado su aprovechamiento por ser yerno del Rey para abrir las arcas públicas de Valencia y Baleares. Pero en realidad me refiero al rostro del exduque en la instantánea publicada; esa sonrisa cínica y socarrona dejando atrás el juzgado como queriendo decir: Ahí os quedáis, ilusos de pacotilla, que yo no me voy a la cárcel de Badajoz, ni mi esposa a Lisboa como imaginabais, sino a Zurich a seguir viviendo de la sopa boba. ¿Alguien recuerda que a un preso le hayan dejado presentarse cada primero de mes en un juzgado del extranjero, en lugar del país donde ha delinquido, y que encima no le quiten el pasaporte? A lo mejor es una práctica habitual y yo no me he enterado.

Quiso el azar que el mismo día que se decidía el destino de don Iñaki la Audiencia Nacional hiciera pública la sentencia en la que condenaba a los dos últimos presidentes de Caja Madrid, Miguel Blesa y Rodrigo Rato, a seis y cuatro años y medio por un delito continuado de apropiación indebida. Tampoco irán a prisión como Urdangarin, pero siguen su mismo patrón de aprovechamiento del sistema, en este caso el de dos máximos dirigentes de una entidad bancaria --que para más inri cabe recordar ha habido que rescatar con el dinero de todos los españoles-- que hacían un uso indebido de unas tarjetas de crédito al parecer sin saberlo, lo que viene a demostrar la máxima de la picaresca de este país donde se piensa que no es malo ser ansioso ni utilizar lo ajeno por muy rico que se sea, lo malo es que te pillen.

Hay un problema grave de credibilidad en la justicia en este país. Y si no se dan cuenta quienes están al mando, flaco favor nos estamos haciendo todos. Sólo hay que oír a la gente, pero la de verdad, no la de las redes sociales que están llenas de voceros convenidos, para comprobar que está harta de que haya dos velocidades judiciales: una para ricos y otra para pobres. Porque no es normal que algunos inculpados tengan que pasar por el trullo sin más remedio y otros usen zapatillas de bailarina mientras se deslizan por la alfombra de la sala de vistas. Un buen abogado o un buen padrino parecen influir sobremanera en los veredicto de sus señorías y si no es verdad el problema en realidad resulta todavía peor.

Sin embargo, visto lo visto, parece que quienes llevan las riendas del país no están preocupados, andan a sus cosas. El escenario político es de remate: Rajoy y el PP parecen gobernar con mayor soltura que cuando tenían mayoría absoluta; Ciudadanos no se moja y ahí está el caso de Murcia para demostrarlo, el cual se ha quedado hasta sin fiscal y aquí no pasa nada; Podemos anda a la gresca resituando bancos atrás a los díscolos como Errejón y trayendo a primera fila a los fieles; y el PSOE, ¡ay el PSOE!, Pedro Sánchez está metido en su guerra personal y directamente se ha inventado un país federal donde, por cierto, Extremadura sale muy mal parada cuando dice que hay que primar en inversiones a Cataluña para que se sienta cómoda en España (ya me dirán en detrimento de quién). Y mientras tanto Susana Díaz no acaba de llegar y cuando lo haga veremos que le dejan hacer.

En fin, que hay semanas en las que quedan constatados los fallos del sistema judicial que nos hemos fabricado, días en los que la realidad de lo que pasa no tiene nada que ver con lo que viene por escrito de antemano en el Código Penal. Por eso, por lo menos, permítanme el pataleo. Quizás sirva para quedar constancia de que aceptamos la situación, pero no somos tontos ni necios y nos damos perfecta cuenta de que nos la están colando. Digo.