Estoy sola con mi mamá, Ya no queda nadie mas». Míriam es una de las niñas secuestradas por Boko Haram en Nigeria. Fue obligada a casarse con uno de sus captores. Solo cesaban las violaciones de los hombres del poblado mientras cocinaba para ellos. Sin embargo pasaba tanta hambre que era solo huesos, ojos y un vientre que crece por un nuevo embarazo.

Fatimata fue obligada a casarse con quince años y muchas de sus amigas en el lago Chad, murieron antes, infectadas de sida por la cuchilla que les sajó el clítoris. Ana se había separado, había denunciado malos tratos. Él prometió vengarse. La golpeó hasta dejarla inconsciente. La ató, la roció de gasolina y esperó a que su hijo volviera del colegio para quemarla ante sus ojos. Rokshana estaba enamorada pero su familia la obligó a casarse con un hombre mayor al que no había visto nunca. Los jóvenes huyeron en la noche para casarse. Él fue condenado a 100 latigazos. Ella fue condenada a muerte. La enterraron. Solo asomaba la cabeza. La rodearon y los golpes de las piedras sobre su cráneo acallaron enseguida sus rezos y sus lágrimas.

Vida Movahedi fue detenida en Irán al quitarse hiyab en la calle, por la «policía de la moral», encargada de arrestar a las mujeres que consideran que no visten o se comportan conforme a los valores islámicos. Una caza de brujas que acaba en detenciones arbitrarias por denuncias de vecinos, novios despechados o viandantes. Karla es paraguaya. no tiene trabajo y tiene un hijo de cinco años al que criar sola. Le ofrecieron un trabajo en un restaurante en Turquía. La recibieron en el aeropuerto. Lo único que pudo ver del país fue aquel día desde la ventanilla. Fue encerrada en un burdel. Golpeada. Su empleo era de esclava sexual. El salario era en realidad una deuda.

El etcétera que podría convertir esta columna en una historia interminable no lo conforman estadísticas, ni titulares fugaces, engullidos por la siguiente noticia, olvidados. Todos tienen nombres propios. Todas, al igual que las 140 obreras que murieron el 8 de marzo de 1911 en el incendio de la fábrica de Nueva York, merecen ser recordadas, defendidas, escuchadas. Cada una de ellas tenia una ideología, una religión, una nacionalidad, pero si han sufrido discriminación, acoso, maltrato o han perdido su vida es por ser mujer. Por eso alzar la voz en su nombre no es un ejercicio radical, manipulado o político. Callar, mirar a otro, sí lo es.