WEwl primer debate televisado entre Bush y Kerry acabó con una victoria del aspirante demócrata, que consiguió por fin poner la guerra de Irak en el corazón de la campaña. Un Bush reiterativo y demasiado aferrado al guión de sus asesores quedó netamente por detrás de un Kerry más tranquilo y solvente que, esta vez sí, encontró una forma simple y efectiva de describir unas realidades contundentes: la obsesión de Bush por Sadam tras el 11-S era absurda, sólo ha servido para meter a Estados Unidos en un avispero en que ya ha perdido a 1.053 soldados, y la negligencia y arrogancia del presidente han obligado al país a cargar con el 90% de los muertos y el coste de la ocupación. Una descripción del candidato demócrata incompleta y demasiado concisa, pero eficaz. El tono de la campaña ha cambiado. Quedan otros dos debates sobre asuntos nacionales, en los que Kerry pasa por estar mucho más versado que Bush, y el que debe enfrentar al vicepresidente Cheney con el aspirante Edwards. El primer asalto perdido por Bush no ha sido suficiente para dar un vuelco a la intención de voto. Pero si todos los debates mantienen el mismo tono, la euforia republicana y el desánimo demócrata no han de durar mucho.