Por fin se ha resuelto satisfactoriamente la gran tragedia que asolaba las calles de Los Angeles desde el 5 de noviembre. Me refiero a la huelga de miles de guionistas miembros del gremio de escritores de USA que, con pancartas ante la 20th Century Fox haciendo presión, han conseguido sus reivindicaciones por los bajos ingresos que recibían por la venta de las series de televisión en discos DVD, sus derechos sobre los beneficios procedentes de internet, etcétera. Este paro afectaba a muchas de las principales series de televisión y ha costado mil millones de pérdidas a los productores. Los guionistas se han visto apoyados por actores, directores y hasta por el gobernador de California, Arnold Schwazenegger , en otro tiempo actor de cine que ha estado mediando con ambas partes para que pudieran llegar a un acuerdo. Querían que todos nos solidaricemos con ellos. Que los norteamericanos están muy unidos cuando quieren, oiga.

Ya nos quedamos sin ver la ceremonia de la entrega de los Globos de Oro. Menos mal que el león de la Metro o quien sea lo ha remediado (no quiero meter a Dios en esto) pues de haber continuado la huelga de guionistas de Hollywood, no habríamos podido ver desfilar por la alfombra roja a los dioses y diosas de la Meca del cine: los actores y actrices más afamados, vestidos de Armani, Versace o Dior desfilando cual los dioses en el Olimpo, mientras una multitud de gentes --como la plebe en el circo romano-- los ve pasar, los vitorea y enloquecen si consiguen rozar a su dios particular o este/esta le dedica una leve sonrisa. Esto habría sido todo un drama, señores.

Mi vecina Alberta , con su innata inteligencia práctica, me decía al comentárselo: "¿Y eso a nosotros qué más nos da? ¿Es que puede tener repercusiones en el cambio climático, el terrorismo, la vivienda, la contaminación o el paro en España? Eso es lo verdaderamente importante".

Y al fin y al cabo, como siempre, mi vecina tiene razón.