No sé qué tiene el edificio del Ministerio de Educación que todos sus inquilinos provisionales padecen las mismas enfermedades. El síndrome del reformador en sus diversos grados, el de la sordera selectiva y el fatalismo pues todos ellos están condenados al fracaso. Los hay que se consideran Atila y arrasan con todo lo anterior y no faltan los apocados y timoratos que se conforman con unos retoques. Así mismo padecen sordera selectiva que les conduce a escuchar las protestas de padres de alumnos pero no les permite escuchar a los profesores. Y mira que son estentóreos en estos momentos. No en vano estamos en una sociedad en la que todo el mundo sabe mucho de educación excepto los que se ocupan diariamente de ella. Lo paradójico es que sepan tanto y sin embargo casi nadie eduque. Y, ya llegados al colmo, no permiten que los que saben, eduquen. Respecto al fatalismo no es necesario insistir mucho pues ellos mismos lo ponen de manifiesto con su afán de reformar lo que a su vez reformaron sus antecesores: están condenados a cometer barbaridades siempre.

Ahora se nos presenta otra reforma. Esta vez del bachillerato. Como era de esperar han aparecido voces denostándola que hacen hincapié en las dificultades administrativas y de organización que implicará. Sin embargo no es ese el problema pues existen ordenadores tan inteligentes que desde hace años elaboran horarios de los que se benefician los amigos de los jefes de estudios, los más incordiantes y los veteranos, mientras perjudica a los interinos, y por lo tanto serán capaces de cuadrar los horarios más intrincados. Y si no, ahí están las tardes. El problema consiste en qué objetivos se pretenden.

El bachillerato, está pensado para aquellos que más tarde accederán voluntariamente a los estudios universitarios. Por lo tanto y en primer lugar, es necesario convencer a la sociedad de que no todos pueden y deben realizar estudios universitarios. Que existen otras alternativas con las que incluso se obtiene mayor reconocimiento social y muchos más ingresos, de manera que no es un fracaso no acceder a ellos. Hay vida fuera de la universidad. Ahora bien, para quienes optan por estos estudios parece necesario programar su actividad en función de dos prioridades: por un lado, dotarles de los conocimientos, técnicas, actitudes y procedimientos que les van a resultar imprescindibles y por el otro, distribuir la carga lectiva en los años que se consideren suficientes y necesarios para adquirirlos.

XA ESTASx alturas todos deberíamos tener muy claro si el bachillerato prepara adecuadamente para la universidad tanto por el éxito como por el fracaso de quienes acceden a ella y por lo tanto no debería representar ningún problema establecer las materias del currículo. Nos restaría distribuir el esfuerzo a lo largo de los años. Una buena dosis de sentido común y de prudencia aconseja hacerlo de manera que un alumno normal pueda superarlo sin excesivas dificultades a través del trabajo y la dedicación que puede exigírsele a una persona de su edad y condiciones. Proponer una tarea fuera de los límites naturales conduciría al fracaso y si este es notorio querrá decir que algo no funciona bien pues no puede admitirse que el bachillerato sea exclusivamente para estudiantes de inteligencia privilegiada o requiera esfuerzos sobrehumanos. De manera que la cuestión está en que, si los objetivos señalados son los que deben adquirirse, a lo mejor se necesitan más años para lograrlo.

No obstante, puesto que tratamos con personas, no sería de extrañar que circunstancias no previstas para la generalidad afecten a algunos en concreto, más aún en esta edad de tan complejas reacciones, por lo que deberían preverse mecanismos que refuercen y recuperen a quienes se vean inmersos en ellas y por lo tanto sufran un retraso en su aprendizaje. Unos mecanismos que no deberían estar previstos para quienes no quieren estudiar o no tienen las capacidades exigidas sino para quienes encuentran un inesperado obstáculo en su andadura.

Una cosa es ayudar a quienes deben y pueden estudiar en la universidad a superar los obstáculos que se le presenten y otra rebajar el nivel para acomodarlo a quienes reniegan de un esfuerzo razonable y posible.

Pero no conviene alarmarse en exceso. Esta enésima reforma durará tan poco tiempo como las anteriores. Hasta que llegue otro equipo ministerial. Y ahora busquen culpables de la mala calidad de la enseñanza y aseguren que los profesores no saben motivar, que carecen de metodologías adecuadas etcétera.

*Profesor