Las escabrosas cuotas de agresividad argumental que está alcanzado el debate político empiezan a causar cansancio y estrés pre-electoral . Disculpen las molestias por tan abrumada reflexión en medio del huracán dialéctico que nos turba desde el meollo mismo de la triste actualidad.

Sosiego para el alma me reclaman las agotadas neuronas y empiezo a pensar en darles el gustazo que me piden. No soportan estas delicadas partes blandas por más tiempo el asfixiante clima al que a diario las someto sin escrúpulo. Amenazan con un exilio urgente de mi cerebro si no ceso en el atropello. Si ellas vuelan, debo correr tras su rastro y entonces yo también me habré esfumado... Me habré cansado de tanto esperar en el andén de los olvidados al tren de la concordia.

Sería mejor hablar de lugares que existen en la frontera de la cordura y apenas visitamos por falta de tiempo para respirar, para admirar el paisaje sin aristas ni advertencias, para degustar delicias de mesura sin miedo a un cólico de intolerancia. Visito estos días con frecuencia las páginas de El libro de la sabiduría , o El eclesiástico , partes del Antiguo Testamento, donde bebo grandes dosis de apaciguamiento interior. Vuelvo en sus páginas, al discurso que en algún lugar del camino hemos abandonado por desidia y por abundancia de información tipo fast-food .

Adivino el hartazgo de una situación política espesa, que supera los decibelios soportables en el pabellón de la conciencia y la buena fe. No se aguanta más este subidón de adrenalina que suscita los instintos más bajos de una parte de la clase política a punto de entrar en barrena. ¿Qué les pasa señorías?, ¿podrían hacer un alto en esa carrera desenfrenada hacia ninguna parte?

De no ser así, serán imprescindibles en nuestros bolsillos, accesorios tales como mascarillas a modo de mordaza, no por la insistente primavera... y pinzas, no de colgar la ropa sino de tapar la nariz, de pellizcar sus labios para que sellen la verborrea hiriente que nos inunda sin remedio, de norte a sur y de oeste a este. No suban más ese listón inmundo de crispación y griterío porque corren el riesgo de hacernos emigrar a todos hacia algún recóndito y bendito lugar de un mapa imaginario, donde no sean necesarios ni jueces ni fiscales, ni mítines ni urnas, ni radios ni diarios... sólo hombres nuevos, de nueva humanidad .