La susceptibilidad de las palabras es algo común en el siglo XXI y algo que depara contradicción de ideales, luchas ideológicas y guerras internas en busca de la realidad última: la verdad.

Se le ha ido la castaña a la sociedad. La búsqueda continua de palabrejas extremas, límpidas e inocuas, evitando ser ingraciadas por los medios comunicativos, nos llevan a conventículos inapreciables e imperceptibles por los demás.

Todo ello por querer aparentar o, mejor dicho, no aparentar, o para no molestar a otras formas de opinión, tanto pública como personal, para no ser discriminado.

Me duelen las palabras modernas como migrante, para no definir a personas que vienen de otro país, como sería inmigrante o, por el contrario, emigrante, que sería el que se va a otro país.

No, ya queda todo como migrante, sin dar más sentido ni precisión.

Pues a mí me molesta que llamen a la Real Academia Española (RAE) machista por el mero hecho de que el plural se suela decir en masculino.

Ya sé que soy antiguo, pero la verdad, la vida, la libertad y un no sé yo qué sigue siendo femenino. ¿Se ha vuelto feminista la Real Academia de Española de la lengua?