XCxuenta la fábula de Esopo que el labrador ahuyentaba las grullas blandiendo una honda vacía; pero cuando las aves se dieron cuenta del truco dejaron de huir del comedero. Viendo esto cargó su honda con piedras y mató muchas de ellas. Las supervivientes optaron por abandonar el lugar precipitadamente."Mejor nos vamos a Liliput, pues este hombre, no contento con asustarnos, ha empezado a mostrar lo que es capaz de hacer".

La verdad es que este labrador de la fábula tiene poco que ver con nuestros campesinos pretéritos o actuales. En estos días las veremos aparecer en nuestros campos fieles a su cita invernal. Sobre los posíos de la dehesa lucirán de nuevo su vistoso plumaje agitado por el viento. Oiremos el sonido de su estrepitoso trompeteo profanando el silencio de la mañana. Sus formaciones angulares, entrevistas en los cielos neblinosos, las convierten en una expresión espectacular de la fauna silvestre. Las grullas son, en realidad, mucho más que un ave. Las podemos ver reflejadas en pinturas rupestres, en la cultura funeraria china y egipcia, en mitos y leyendas del mundo griego y romano, como símbolos de buenos auspicios y de longevidad. Sibelius, el genial músico finlandés, las dedicó unas brillantes páginas musicales.

El regreso permanente a sus hábitats invernales es una muestra más del respeto de nuestros campesinos por la naturaleza. Nunca utilizaron hondas cargadas de piedra contra ellas. He conocido algún lugar en que, con ocasión de la matanza, algunos labradores cazaban una grulla para su consumo doméstico. Yo mismo, en alguna ocasión, tuve que realizar por encargo esa bastardía. Aquello era como un tributo simbólico de la especie y como un modesto resarcimiento por los daños producidos en su acampada invernal.

Es más, me atrevo a decir que cuanto tenemos de vida en el campo extremeño se lo debemos en su mayor parte a su contribución. A ellos deberían ir más ayudas económicas y más reconocimiento. Tengo la impresión de que no sucede así. En su lugar, podemos leer, colgado en una página web, suscrito por esos diletantes ecologistas, que "...solo su evaluación seria de los daños, realizada con criterios técnicos y puntualmente indemnizada en su caso...". Algo hiriente para quienes soportan el costo económico de su alimentación. En el área de invernada de Navalvillar de Pela-Madrigalejo ni las modificaciones en su hábitat, en contra de lo vaticinado por los agoreros de siempre, ni las supuestas perturbaciones (¿?) por el ejercicio de la caza, han representado inconveniente alguno para su sostenimiento. Por el contrario, hay muchas más grullas que en los tiempos en que Pérez Chiscano realizara sus ya clásicos estudios. Es más, en esa área la incorporación de los rastrojos de maíz y de arroz ha supuesto una favorable modificación. Así que, quienes acudimos allí, fieles a la cita anual, pronto podremos disfrutar con sus andares pausados y elegantes, vestidas con su plumaje gris pizarroso tan singular. De la dormida a los comederos y a la inversa, volando por encima de las nieblas matinales o al contraluz del poniente arrebolado del atardecer, las grullas improvisarán cada día para todos nosotros su desfile grandioso y singular.

*Médico