TEts un hecho universalmente reconocido que la interconexión de organizaciones criminales en actividades delictivas extendidas por todo el mundo es una de las consecuencias de la globalización: su lado oscuro. Y también lo es que este hecho "la proliferación, consolidación y desarrollo vertiginoso de mafias" afecta profundamente a la seguridad, la política y los negocios en todos los países, grandes, pequeños y medianos. Una de estas mafias, especialmente activa y agresiva, es la rusa, surgida al calor del paso abrupto e incontrolado de un Estado rigurosamente intervencionista "y, por consiguiente, inevitablemente corrupto" al capitalismo más salvaje. Por otra parte, la expansión de la mafia rusa por el extranjero "iniciada en Alemania y EEUU" ha sido enorme y ha llegado con fuerza notoria a nuestro país.

Conviene insistir en que la repercusión del crimen organizado internacional en las instituciones y en la política de los estados es insidiosa y persistente, a la búsqueda constante de establecer conexiones permanentes con sectores de la política, el funcionariado y el empresariado locales. De lo que se desprenden dos consecuencias importantes por igual, pero no igualmente obvias. La primera "y absolutamente clara" es la necesidad de corregir con rigor y sin demora los casos de corrupción que a causa de esta presión se detecten. La segunda "y menos ostensible" es que debe cuidarse muy mucho de no utilizar las eventuales desviaciones detectadas, ni en un ajuste de cuentas entre partidos que busque la erosión del adversario, ni mucho menos aún en una frontal y sistemática denigración de la administración pública propia, tanto de la civil como de los cuerpos y fuerzas de seguridad.

Un país que, so pretexto de una autocrítica implacable, pone en constante almoneda sus instituciones, más allá de la saludable depuración de responsabilidades concretas, no es un país serio. Es un país débil y acomplejado.