Abogada

Se dice de un político que es aquél que es capaz de aportar esperanzas a la gente, de crear y reinventar una nueva y mejor sociedad. Somos muchos los que creemos en la capacidad de servicio público del ser político; del hombre y de la mujer que buscan en las ideas el mejor referente de su compromiso social. Por eso cuesta tanto valorar y apreciar a aquellos personajes de la cosa pública, a la que desprecian, pero de la que se sirven. Recientemente en conversación con amigos italianos me comentaban cómo su presidente --el magnate Silvio Berlusconi--, estaba siendo una especie de rescatador de la esperanza para subvertirla, que como en aquel título de De Sica, Ladrón de bicicletas , les había robado su más preciado instrumento de trabajo, el que representa la esperanza de un futuro colectivo: este insigne presidente se ha encargado, muy especialmente, de dividir a la sociedad, de manipularla bajo el efecto mediático de los medios de comunicación, de los que es dueño. Cuando fue elegido era el hombre de Milagro en Milán , esto es, el empresario hecho a sí mismo, al que la sociedad italiana confirió el respeto de ser su máximo dirigente. Hoy, para muchos, no deja de ser el más nefasto descrédito de la acción política. Y esto es tan duro, como suponer que el servicio a los ciudadanos es un trabajo devaluado. A aquella vieja película de Vittorio De Sica fueron muchos los que la intentaron estigmatizar: la derecha, por su ofensiva visión de la Italia de la posguerra; la izquierda, por mostrar la desesperación en lugar de la revolución. La certidumbre es que aquel excepcional documento del neorrealismo italiano fue cierto, tan cierto como que a Ricci le robaron su bicicleta, y Berlusconi lo ha vuelto a hacer.