WEw l presidente George Bush se despide de Europa con una cumbre ritual con la Unión Europea (UE) y una gira por las principales capitales. El propósito de este viaje --a todas luces tardío-- es el de achicar el foso que durante sus siete años en la Casa Blanca se abrió entre ambas orillas del Atlántico y en los cimientos de una alianza política y militar que se plasmó en la OTAN en los primeros e inciertos avatares de la guerra fría. Más allá de la cortesía del adiós, los interlocutores europeos de Bush hacen ya cábalas sobre las oportunidades que ofrecerá el nuevo presidente, sobre todo si el demócrata Barack Obama resulta elegido, de mejorar las deterioradas relaciones transatlánticas.

El balance de los agitados siete años transcurridos desde que Bush se reunió con los líderes europeos por primera vez, en Gotemburgo, en junio del 2001, resulta decepcionante. Europa pasó de la solidaridad más sentida con motivo de los atentados del 11 de Septiembre (aquello de "todos somos norteamericanos") al trauma de la guerra de Irak, la profunda división fomentada desde la Casa Blanca y la agresividad de los neoconservadores contra la que llamaron despectivamente "la vieja Europa", emparentada con Venus tanto como alejada de Marte. Las discrepancias reiteradas en cuanto a la estrategia medioambiental y particularmente su renuencia a firmar el protocolo de Kioto y la resistencia a admitir la evidencia del cambio climático, las vacilaciones de la OTAN, la guerra de Afganistán, la crisis financiera de las hipotecas basura y la caída irrefrenable del dólar subrayaron hasta qué punto el Washington de George Bush y la UE tenían visiones muy distintas, por no decir irreconciliables, del futuro geoestratégico.

Nadie en Europa derramará siquiera una lágrima en el adiós de un presidente que quiso vejarla y que consiguió dividirla profundamente, de tal manera que la primera y más urgente tarea diplomática del próximo presidente norteamericano --sea cual sea el elegido en noviembre-- no podrá ser otra que la de corregir el legado desastroso de Bush y restablecer el diálogo con los aliados privilegiados que son los europeos. Los dos aspirantes a instalarse en la Casa Blanca, los senadores Obama y McCain, insisten en que desean olvidar la belicosidad de Bush, corregir los errores y retornar a la senda de la diplomacia, de la que nunca se debió apartar el todavía presidente. Pero, aunque la diplomacia americana cambie de rumbo 180 grados hay que advertir que subsistirán las divergencias en asuntos relevantes --Afganistán, Irán, el comercio, el medioambiente-- y que no está escrito que EEUU vaya a pasar sin contratiempo del poder militar imperativo al llamado poder blando que promueve el diálogo basado en la persuasión. Los europeos harían bien en armarse de prudencia y no abrigar excesivas ilusiones.