Escritor

El sistema va devorando o laminando todo cuanto encuentra a su paso. La última, como si fuera producto de una osteoporosis, es Ana Belén, que se presta a una campaña por la Comunidad de Madrid en favor de Ruiz Gallardón, Alberto para los amigos. La partida presupuestaria, cuenta la estupenda periodista Mariángel Alcázar, no aparece por ninguna parte. Es de 124 millones de pesetas, con música de su hijo. Recuerdo la época en que Víctor Manuel hizo la música de Las hermanas de Búfalo Bill y Ana te miraba perdonándote la vida, por si no eras suficientemente rojo para codearte con ella, musa del rojerío, la intocable musa. Indiscutiblemente en estas circunstancias, que dos millones de personas salgan a la calle demandando la paz, es de agradecer, pero llega la noche, y es como si sobre el país cayeran todos los pajarracos del universo, con bebés desgarrados el himen, niñas de siete polvos, cámaras ocultas, asesinos que se pasean al atardecer, y es como si todo volviera a recrearse, y contra el mal no hubiera salida. Y encima tu presidente del Gobierno se va a pasar un fin de semana con el muñidor de la guerra, que creará más odios todavía; que hará que nadie crea ya en nada como ahora, hasta que vuelva a salir otra manifestación, en una lucha constante por sobrevivir sobre estas cenizas, donde, por lo menos en Puerto Hurraco todo fue más salvaje y natural.

Y es que la necesidad del dinero ha llegado hasta los rincones de nuestro ser, que uno mismo puede ser un asesino en potencia o un falsificador de su propia imagen. Lo malo es que el dinero justifica todo, y sobre todo te justifica a ti mismo frente al espejo, ante la angustia de no tenerlo, porque sabes que sin él eres un ser camino de un contenedor de basuras. Yo creo que éste es el peor castigo que a mí jamás me infligieron en la vida: el de saber que sin dinero no te salva ni tu inteligencia, salvo que te llames Ana Belén, y puedas vender desesperadamente al final de todo tus encantos diabólicos. Y encima la Pasarela Cibeles.