Con harta frecuencia, abundante animosidad y escaso talento algunos escribidores de Opinión en este periódico alardean chistosos el baldón de sus chirigotas anticlericales. Y lo hacen con mostrenco empeño: con la cabeza mirando a la meca laica y las manos llenas de piedras. A tiempo y a destiempo. Están en su derecho. Este debería ser un país libre. La libertad de conciencia y opinión están para eso.

Siempre ha habido come-curas, clerofobia y clerigalla.

Pero genuinos como los que florecieron en los ambientes liberales del siglo XIX nunca. Blandían razones y argumentos sin cuento. Y había tantos y tan variados que hasta se les podía clasificar: anticlericales católicos, cristianos, deístas, ateos o políticos. Escribían con notable ingenio, sabían utilizar la sátira y el verso y se permitían la originalidad de su excelente oratoria. ¡Aquéllos eran tiempos! Cualquier soporte era útil para sus diatribas: el panfleto, la soflama, el artículo, el parlamento, el folleto, el discurso- y, lamentablemente, el degüello, como en la década de 1830.

Desde la Cortes de Cádiz hasta el desastre del 98 un numeroso ejército de librepensadores anticlericales invadió el siglo: Bartolomé J. Gallardo , el clérigo satírico Miñano , el párroco J. María Moraleja, Martín de Olías que clamaba contra la Iglesia; el masón Fernando Lozano , Demófilo , que dirigió el periódico tal vez más anticlerical de España, Las Dominicales , junto a Ramón Chíes y Odón de Buen ; el poeta gallego Curros Enríquez de verso vigoroso; Roque Barcia , etcétera. Peleaban sin contemplaciones: "Pero también podéis ver/ que realistas y masones, / cumpliendo con su deber, / oyen las excomuniones / como quien oye llover". (El Látigo ).

Y sin piedad, como sentenciaba el Gran Oriente de España en el solsticio de 1893: "¿Quiénes son esos clérigos o imanes, / turbamulta de actores y comparsas / que representan insidiosas farsas / y oficiando de humildes servidores / se fingen siervos para ser señores?".

"(.)Acaben de una vez los desvaríos / y caigan sin piedad, con sus trofeos, / esos hombres fanáticos e impíos / que interpretan a Dios ¡y son ateos!".

Lógicamente del lado clerical las andanadas eran formidables.

Ambas partes sacudían sin remilgos ni eufemismos. A pecho descubierto. Apasionadamente. Eran tiempos en que los hombres defendían principios. De hecho el anticlericalismo no era más que una reacción espuria engendrada por el propio clericalismo.

Como fenómeno histórico, derivó de las revoluciones del XVIII. Y aquella larga batalla se consumó en el XIX con la derrota de las huestes clericales cuya aniquilación como poder temporal ocasionó una profunda revisión de la estructura eclesial y de las relaciones del Estado con el mundo cristiano que buscó volver a sus orígenes limpiando su Templo de mercaderes.

Por cierto Pablo Iglesias nunca se significó por su acervo anticlerical, no así el sentir socialista desde principios del XX. Consideraba que la superestructura religiosa estaba asociaba a la burguesía y con ella desaparecería. De aquellos polvos estos lodos, porque en el primer tercio del XX perduró el anticlericalismo cultural burgués, aquél que doña Ibarruri , Pasionaria, en sus memorias calificó como "anticlericalismo demagógico y estúpido" que había contaminado a los cuadros dirigentes de la clase obrera.

Tengo para mí la estúpida sensación de que librar combates de guerras acaecidas hace un siglo no requiere de especial coeficiente intelectual aunque los que lo intenten se crean los Ultimos de Filipinas; y que la paranoia por descabezar esqueletos de caídos en combate o alancear moros muertos no son precisamente las correrías del Cid.

Por la misma obviedad sospecho que hacer leña del árbol caído es más propio de la chusma y la rapiña que del duelo en buena lid; y que, antes de arremeter lanza en ristre contra supuestos gigantes sería conveniente cerciorarse de que sus brazos no son aspas de molino.

¿A qué viene ahora esta regresión persecutoria contra la clerecía en nuestro país? El Estado es aconfesional y laico como deseó don Fernando de los Ríos al nuncio Tedeschini en abril del 31: "-que el clero se reintegre a su labor evangélica y prescinda de toda política".

Diríase que cierta psicosis, cierto morbo libidinoso obsesiona hoy a los lapidadores de clérigos. Pareciera que estos tipos conocen bien la sacristía, los cirios, las procesiones, la beatería y los curones rurales de Franco . Y cierto resentimiento les brota en libertad. Tal vez aquel ambiente atosigante les hizo confundir la religión con el clero, las pamplinas y el devocionario.

Pero deberían observar que hoy cualquier cantamañanas provinciano, de sesudo ingenio, puede cargar las tintas y permitirse el lujo de negar la opinión a un obispo, e incluso a la Conferencia Episcopal en pleno, como gente apestada y antigualla. Y, al mismo tiempo, perfectamente incoherente, creerse demócrata y valedor de la no discriminación de nadie por razón de sexo, raza o religión. No pasa nada.

¿A qué entonces esta inquina? ¿Quién habita las cavernas? ¡Joder, con la tropa! Montan una Inquisición laicista en el siglo XXI con competencia para condenar a la muerte civil: delatan sospechosos, acusan, cuelgan sambenitos, aplican la limpieza de sangre, coaccionan, chantajean, imputan, insultan, levantan falso testimonio, humillan y envilecen y con necia suficiencia se declaran adalides dominicos de los fundamentos políticos del Estado. Amén.

*Licenciado en Filosofía y Letras