Cuando faltan aún 15 meses para las elecciones presidenciales, la precampaña electoral en EEUU adquiere su velocidad de crucero en el Partido Demócrata y se acomoda a la novedad tecnológica del Youtube, que sitúa a los candidatos como actores y receptores del complejo mundo de internet, expuestos al escrutinio programado de los usuarios, conejillos de indias de la renovación del circo mediático. Es inevitable rememorar el primer debate televisado y decisivo entre Kennedy y Nixon en 1960, pero sin olvidar "la primaria invisible" e inmutable de la recaudación de fondos que condiciona inexorablemente la suerte de los aspirantes.

La frenética carrera exige por igual fortaleza física y habilidad recaudadora. En la pugna por obtener fondos con que afrontar los gastos exorbitantes de una campaña agotadora, en el campo demócrata la ventaja sonríe al senador por Illinois Barack Obama con casi 33 millones de dólares, mientras que la favorita de las encuestas, la senadora Hillary Clinton , no supera los 27 millones, y el exsenador John Edwards , tercero en discordia, no llega a los 10. En los republicanos, paralizados por la sombra de George Bush , el más avezado recaudador es Rudolph Giuliani , el popular exalcalde de Nueva York, que roza los 18 millones.

En cuanto a las ideas y estrategias, ningún candidato resulta excéntrico ni desborda los límites fijados por el establishment. Sin novedad ideológica ni osadía estratégica. La prudencia excesiva quizá se deba al recuerdo del fiasco del exgobernador Howard Dean en la campaña del 2004. A finales del 2003 era el favorito de las encuestas y el primer multimillonario receptor de ayudas, pero su candidatura fue demolida en apenas dos meses por la conexión fatídica de los caciques del Partido Demócrata y de los principales medios de comunicación, alarmados por sus posiciones antibelicistas y liberales, mucho antes de que los electores pudieran pronunciarse.

XPRESIDENTE DELx Comité Nacional Demócrata (NDC), máximo organismo del partido, desde febrero del 2005, y fundador de Democracia para América, una organización que se nutre del pensamiento progresista y se propone la regeneración democrática, Dean es el promotor de "una estrategia de los 50 estados" para recuperar el voto demócrata, en retroceso relativo desde los 70, cuando se desintegró la coalición que hizo la fortuna electoral de Roosevelt (obreros sindicados, demócratas conservadores del sur y minorías étnico-religiosas). Con la revolución conservadora de Reagan (1981-1989), que reactivó la economía por la oferta, y no por la demanda, empezaron la renovación y la hegemonía republicanas.

La estrategia de Dean al frente del NDC alcanzó algunos éxitos en las elecciones parciales de noviembre del 2006, incluso en estados de fuerte implantación republicana, pero el partido dista mucho de la unidad deseable para forjar una nueva coalición vencedora, centrada en las clases medias comparativamente empobrecidas durante los años de Bush. No está claro, empero, si Dean y sus acólitos pretenden proteger a Obama, el aspirante más a la izquierda aunque con reputación de pragmático, de los asaltos de la maquinaria tradicional, vinculada a los Clinton y volcada en cantar las excelencias del centrismo.

Las contradicciones saltaron en la exhibición por internet en las dos cuestiones más polémicas: la guerra de Irak y el diálogo con los líderes de los países que Bush situó en el eje del mal. Obama es el único demócrata que rechazó la intervención en Irak. Hillary Clinton, que aprobó tanto la invasión como la Patrotic Act, lejos de pedir perdón, como hizo Edwards, aduce que, si hubiera dispuesto de la información que ahora tiene, se habría opuesto a la guerra. Una maniobra retórica para no perjudicar su dura posición en el resbaladizo terreno de la seguridad nacional. Y añadió que no vacilaría en ordenar "la represalia militar" si EEUU volviera a ser atacado, mientras sus consejeros expandían el mensaje subliminal de que la derrota final está asegurada con el senador de Illinois.

En el tema capital de la política exterior, amenazada por el aislacionismo que siempre surge de la frustración, como ocurrió tras Vietnam, el debate resulta decepcionante. Las mediocres propuestas de Clinton y Obama carecen de fuerza para sacudir las conciencias, taponar la brecha abierta por la guerra de Irak y llegar a un consenso sobre el compromiso global de EEUU, cuando su preeminencia sufre un declive que exigirá su traumática reducción a un nivel política y económicamente sostenible. Solo algunos seguidores de Obama se atreven a recordar que es una guerra de ricos en la que casi solo combaten hispanos y negros.

Ningún candidato demócrata ha fustigado en profundidad la resistencia de Bush a comprometerse con la diplomacia y las instituciones multilaterales, como sería deseable para encontrar una salida de Irak, ni a revisar todo lo concerniente a los "intereses especiales", los grupos de presión que defienden abusivamente, por ejemplo, los subsidios agrícolas o el despilfarro energético, aunque perjudiquen a los países en vías de desarrollo o reduzcan el nivel de vida de los norteamericanos. Y mientras la precampaña se prolonga innecesariamente, queda en la penumbra el gran asunto de la proyección mundial de la hiperpotencia.

*Periodista e historiador