Escritor

El corazón es una cosa muy seria. Cuando entras en un hospital, a los de próstata los mandan caminar con la bolsa como si fueran al colegio. En pediatría, oyes llorar a los niños, o simplemente a las madres tratando de convencerlos que tienen que comer. Los de hueso son una tropa aguerrida. Los oyes contar sus males como el que viene de la guerra. Pero hay un lugar distinto que son las salas del corazón. Es como si entraras en clausura. Todos los mensajes te animan bien a que te marches o a estar callado. A los familiares no los quieren ni ver, con razón, para no motorizar aún más ese motorcillo que se mueve misteriosamente gracias a la presión sanguínea y después te ayuda a firmar una declaración de guerra o simplemente te ayuda a odiar un poco más, o a amar por razones que el propio motor desconoce.

A los enfermos les ponen unos parches por el pecho para detectar el propio misterio de esa cosa que a veces se dispara incontrolada y hay que ir corriendo a detenerla, que es lo que le pasa al corazón de mi amigo, que se va en seis horas a Galicia y después se tienen que ir a que le controlen el corazón, que sigue viajando a velocidades supersónicas.

Entre ellos está un viejo conocido que me saluda emocionadamente. Lo suyo no es nada y me lo demuestra haciendo unas carreras por el pasillo, pero llega la enfermera y se la monta. Mi viejo conocido debe tener el corazón a prueba de bombardeos. Su vida no ha sido un camino de rosas. Tuvo una época que detectó que su esposa tenía un amante, un codicioso industrial de la plaza, y lejos de montársela aguardaba en los soportales cercanos que el industrial envainara la espada.

Ahora pongámonos en su caso. Unos subirían de inmediato pistola en ristre; otros le montarían el pollo; mi amigo le subía un pastel y le preguntaba por su eterna jaqueca. Ahora está sometido a tratamiento, con el que dominar esa pieza probablemente muy desgastada por el desamor que él ha ocultado de por vida.

En esta zona de los hospitales es quizás donde más misteriosas historias se oculten entre los muros de silencio. Estoy seguro que toda la prensa del corazón no es capaz de generar un solo sentimiento, pese a llevar tan pomposo nombre, pero lo que sí es seguro es que Julián Muñoz será un día un cliente seguro, pese a la displicencia con que se toma los helados juntos a la Pantoja, que también será pasto de estas llamas.