El precursor de la inmigración española contemporánea fue Papá Noel. Hay diferencias significativas entre él y los otros inmigrantes que recibimos: en vez de venir en patera jugando en desventaja con la mar al juego terrible de la muerte o la esperanza, viaja por firmamentos de ensueño a bordo de su fulgente trineo; y en vez de ser perseguido por la ley al tocar tierra, encuentra expeditos todos los caminos y se le permite, incluso, allanar los hogares ajenos impunemente a través de las chimeneas o de las ventanas de los sueños infantiles. Y es que a Papá Noel no le brilla en la mirada la crispación del hambre ni cabe sospechar de él que quiera medrar a nuestra expensa, sino que, por el contrario, procede de un mítico paraíso de abundancia y viene a colmarnos de regalos. Esa diferencia lo convierte en sujeto de seducción y a los otros inmigrantes en objeto de desconfianza.

XINDUDABLEMENTEx, los niños actuales tienen ya a Papá Noel grabado en el disco duro de sus memorias. Pero muchos de los que hace ya tiempo dejamos de ser niños contemplamos al personaje con cierto recelo, porque percibimos que la hegemonía progresiva de Papá Noel en nuestro país, más allá de la eventualidad de una relación laboral, tiene algo de colonización cultural que no por festiva debe ser considerada desdeñable. Y como ello va en perjuicio de nuestros Reyes Magos, nos fastidia en el fondo que un advenedizo dé una vez más al traste con nuestras tradiciones.

Los españoles respetamos poco nuestras tradiciones; se da incluso la paradoja de que con frecuencia las sustituimos con deleite por tradiciones de países a los que sistemáticamente detestamos, lo cual constituye todo un monumento a la contradicción. España es así. Pero en el asunto que nos ocupa puede que actúen subrepticiamente intenciones de otra índole: tal como están las cosas, y asumo el riesgo de ser tildado de tendencioso, no descarto que los Magos de Oriente tengan en contra ser considerados reyes . Ya sabemos que en realidad no lo eran, pero tal vez se quiera evitar el impacto semántico. Lo que está claro es que Sus Majestades han perdido mucho terreno y, si aún les queda alguno, se debe fundamentalmente a la sagacidad de los comerciantes.

Es cierto que muchos adultos optan por Papá Noel en virtud de un supuesto racionalismo: al ser más madrugador que los Reyes en la entrega de los regalos --se dice-- los niños pueden disfrutar de éstos durante todas las vacaciones y no solamente en la víspera de la vuelta a los colegios. El razonamiento es aparentemente impecable pero, sin saber qué opinan los sociólogos al respecto, cabe rebatirlo con otra argumentación, sirviéndonos de la sicología intuitiva que todos creemos poseer: el gozo que los niños experimentan con los juguetes, y más hoy en día que los reciben durante todo el año, es insignificante comparado con el gozo que les produce esperarlos. Si echamos un vistazo a nuestra propia infancia daremos si acaso con la imagen de algún juguete determinado aferrándose con dificultad a la memoria en medio de una confusión de cachivaches destripados. Y veremos también que la ilusión de los días de espera permanece intacta en nuestra memoria, acrecentada incluso con el paso del tiempo, porque esa ilusión contenida fue lo que convirtió en mágicas las navidades de nuestra infancia.

Por aquellas razones, y sobre todo por esa ilusión, renuevo definitivamente mi lealtad a sus Majestades.

*Procurador de los Tribunales