James Comey fue director del FBI del 2013 al 2017, nombrado por el presidente Barack Obama. Anteriormente, fue fiscal general adjunto de EEUU en la Administración del presidente George W. Bush. Es un hombre del establishment, que ha atesorado mucho poder y con larga experiencia. Su conflicto con el actual presidente, Donald Trump, no es una anécdota. Es el símbolo del fracaso del modelo de lealtades que impone Trump a sus colaboradores. Lealtades personales y no institucionales. Trump quiere fieles, empleados o familiares a su alrededor. Por eso le abandonan los funcionarios experimentados, los profesionales contrastados y los colaboradores criteriados. Horas antes de la entrevista a Comey, en el programa de George Stephanopoulos de ABC News, donde iba a explicar -supuestamente- el escabroso encuentro del actual presidente con dos prostitutas en Moscú en el 2013 (una fiesta tras la cual parecería que este quedaba muy vulnerable a ser chantajeado por el Krem-lin), Trump se explayó a fondo en su Twitter contra el exdirector del FBI. Hace unos meses sucedió lo mismo con el demoledor libro de Michael Wolff, Fuego y Furia: En las entrañas de la Casa Blanca de Trump, y las explosivas declaraciones del que fuera estratega principal de su campaña, Steve Bannon.

Trump es el principal promotor de los libros que desprecia, y el principal argumento de la reputación de las personas a las que insulta. Arremete compulsivamente, desde sus propias redes, haciendo que su electorado crea que es un ataque gratuito de sus enemigos. Se viste de víctima. Con su reacción airada, Trump quiere mostrar que se defiende de las mentiras de un sistema que quiere ir contra él.

El libro será un éxito de ventas, sí, pero no entre sus votantes, ni siquiera, probablemente, entre indecisos. Atacar a las personas, ignorar los argumentos o los hechos es su estrategia. Es un o conmigo o contra mí. No hay medias tintas. Y, por ahora, le funciona. Veremos la reacción de los electores en las elecciones de noviembre, cuando se renuevan parcialmente los escaños de la Cámara de Representantes y del Senado. La denuncia de Comey es política y con una fuerte carga moral: «Una persona (...) que habla y trata a las mujeres como si fueran pedazos de carne, que miente constantemente sobre asuntos grandes y pequeños e insiste en que el pueblo estadounidense le cree, esa persona no es apta para ser presidente de Estados Unidos, por motivos morales». El exdirector del FBI no ha podido encontrar un título más sugerente: Una lealtad mayor. Verdades, mentiras y liderazgo, haciendo referencia a que Trump le exigió, para mantenerle en el cargo, fidelidad personal en lugar de lealtad institucional.

Trump necesita cómplices, no colaboradores. Esa es la gran degradación política de esta presidencia: convertir la responsabilidad política en una cuestión personal. Trump intimida e insulta dentro y fuera de la Casa Blanca. Convierte a las personas en objetos que puede usar y tirar; comprar y vender; degradar y despreciar. Esa es hoya la tragedia -política y moral- de EEUU.