Siempre que escucho decir que lo primero es España, me acuerdo de la célebre frase de Samuel Johnson, uno de los más eminentes hombres de las letras inglesas: «El patriotismo es el último refugio de los canallas». Johnson, que era un reconocido tory, es decir, conservador, tenía sin embargo muy clara la esencia de eso que llamamos patria.

En la sociedad de los siglos XX y XXI, donde los partidos políticos han tenido y aún tienen tanta relevancia, la variante más contemporánea del patriotismo es: «Primero el país, luego el partido y lo último las personas». Al siempre sospechoso patriotismo territorial se ha ido uniendo y consolidando el patriotismo de partido.

Todo ello ha hecho que se haya ido olvidando --de forma absolutamente deliberada por parte de los poderes establecidos-- la esencia de la política. Y la esencia de la política son las personas. La política es una forma de relación entre personas, y el gobierno es el liderazgo que una parte de las personas ejerce para el bien común de todas las personas.

Retirarle la relevancia a las personas y dársela a las instituciones (el gobierno o el partido) o a las ideas abstractas (la patria) no es otra cosa que un signo de totalitarismo. Del mismo modo que la gente es la base de la sociedad, no es menos cierto que la sociedad es algo más que la suma de individuos, pero sin abandonar siempre la misma base: las personas.

El maestro José Luis López Aranguren, eminente filósofo español, lo resumió muy bien en su imprescindible obra Ética y política: «La ética, como la vida, es, a la vez, individual y social y se la empobrece y falsea al amputarle una u otra de ambas dimensiones».

Así, en las cada vez más graves contradicciones sociales acentuadas tras la terrible crisis comenzada en 2008, yo les aconsejaría que no se fíen demasiado de quien coloca la «lealtad al país» por encima de las demás. Quien dice eso, lo que está queriendo decir es que desea conservar el statu quo: las personas que no lo aceptan quedan fuera del sistema.

La democracia es justo lo contrario: integración en el sistema de todos los individuos y evolución progresiva hacia una sociedad mejor en función del deseo de la voluntad popular (es decir, de la suma de personas de un conjunto social).

Quien divide las lealtades entre la lealtad a las personas, la lealtad a las organizaciones sociales y la lealtad a la patria, lo que intenta es desestructurar la esencia del bien común: suma de ética individual y colectiva. Y quien hace eso suele hacerlo para darle preeminencia a los entes de mayor magnitud que ellos controlan (porque tienen el poder) que a las personas a las que esos entes deben servir. Porque en una democracia es el gobierno el que sirve a las personas, y no al revés.

Por orden, la primera lealtad es a uno mismo. No hay honor sin respeto a uno mismo, y no hay lealtad sin honor. No es digno quien cambia sus principios por conveniencia o interés, y nadie que no sea leal a uno mismo puede ser leal a nadie más, ni mucho menos a su país. Este principio es un principio ético inexcusable, y por eso mismo un principio político de primera magnitud.

Sin lealtad a uno mismo, se pierden valores políticos tan imprescindibles como coherencia, credibilidad, confianza y prestigio. Solo quien es leal a una ética personal sólida puede presentarse ante la sociedad como un valor ético que sume en la moral colectiva. Si se fijan bien, casi ninguno de los que abanderan lo de «primero el país» pueden presumir de sólida ética personal. Su exposición a los medios de comunicación hace sencillo desmentirla.

Así pues, el orden correcto es: primero la ética personal, después la ética de partido y finalmente la ética social colectiva. No por orden de importancia, sino porque sin la primera no existen las otras. En este caso el orden de los factores altera gravemente el producto.

Muchos de los que afirman lo contrario es porque viven de decir eso. Dicen que las personas lo último para que no haya otras personas diferentes a ellos que puedan destacar y quitarles el sillón. Es una vieja táctica de la política más rancia que debemos exterminar de la sociedad. Recuerden bien: primero las personas, luego el partido y solo así habrá un mejor país.