Los hechos han demostrado la tesis, muy extendida en Austria, de que el principal problema de Jörg Haider, líder de la extrema derecha populista y filonazi, era él mismo. Frívolo y provocador, en cuanto su partido ha tenido responsabilidades de gobierno lo ha arrastrado hacia el desprestigio, hasta el punto de tener que dimitir como gobernador de Carintia. Haider se queda así sin su único cargo público, desde el que manejaba a su antojo a la formación, y desde el que ha forzado la celebración de unas elecciones en las que se ha hundido al perder dos tercios de los votos que obtuvo la vez anterior.

El canciller conservador Wolfgang Schüssel formará, quizá, una coalición de conveniencia con los restos populistas. Ahora, una vez demostrados los límites de la explotación demagógica de la xenofobia, Austria será diferente de lo que ha sido en esta etapa influenciada por Haider. Estas actitudes radicales capitalizan el descontento y provocan a veces una conmoción electoral, pero luego sus frutos los acaban recogiendo los conservadores tradicionales. Ha pasado con la Lista Fortuyn en Holanda. Eso refleja, por fortuna, que de momento la extrema derecha tiene un dudoso porvenir en Europa.